Walter Rodrigo Asensio, de 34 años, trabaja como coordinador del sector morgue en un importante hospital de la Ciudad y como eviscerador en una institución médica privada, pero por cuestiones de confidencialidad, no puede revelar de cuáles se trata. Nacido en Laferrere, su vida no fue simple. A base de mucha perseverancia, sacrificio y fuerza de voluntad, pudo convertirse en el primer integrante de su familia que terminó el secundario y que estudia una carrera universitaria. Hoy, está en cuarto año de medicina en la Universidad de Buenos Aires.
“Mi madre, Felicia Flores, trabajaba como mucama en el hospital de Haedo. En casa, tenía libros de medicina y ella fue la que me inculcó la carrera de médico. Le gustaba la vida hospitalaria y trabajó ahí hasta que yo nací. Después, se puso a trabajar en talleres de ropa. A los 9 años, yo me había leído todos los libros que ella había comprado sobre preparados anatómicos. Le dije que quería hacer eso cuando fuera grande y así fue. Hace doce años me recibí de técnico eviscerador y esos libros ahora están en la biblioteca de mi casa. Soy de la camada de la serie Los Expedientes Secretos X (The X-Files)”, dice recordando la serie favorita de su juventud que lo sumergió en el mundo de las autopsias, las morgues y los cadáveres.
Walter cuenta que salió de Laferrere estudiando pero también, limpiando casas y trabajando de otras cosas que no volvería a hacer. Para comer, tenía que sacar verduras descartadas en los contenedores del Mercado Central y caminaba 12 kilómetros por día para poder estudiar. “A los 22 años, empecé a trabajar en la morgue, pero no lo contaba. Ahora, todos saben lo que hago, pero sé que no es un tema del que a la gente le guste hablar”, le contó a Infobae.
“Mi función como técnico en evisceración es hacer las autopsias (clínicas), mientras que en la morgue coordino todos los pasos que van desde que una persona muere, hasta que su cuerpo es retirado para su destino final. Es decir, intervengo desde el momento en que la persona obita hasta que su cadáver sale de la institución”, afirmó.
Walter explica que la duración de su trabajo con cada cuerpo es variable, pero que en promedio es de 15 minutos. Depende del tiempo que le lleve retirarle al cadáver todos los elementos que lo mantenían con vida y, luego, acondicionarlo lo más humanamente posible para que sea digno su posterior reconocimiento por parte de los familiares.
Su ingreso a la morgue es una sola vez por día, ya sea por un cuerpo o por cinco. Al empezar su turno, se coloca con mucho cuidado el traje especial de protección que consiste en un mameluco, un barbijo N95, un barbijo quirúrgico, la cofia, un par de antiparras antiempaño, botas, guantes, protector facial y su teléfono celular bien protegido. Resalta que es tan importante saber colocarse el traje, como retirarlo con mucho cuidado, ya que en este último caso es cuando más suceden los contagios. Afortunadamente, en más de un año de pandemia, nunca se contagió.
Los cuerpos se procesan en la morgue, respetando el orden de llegada y la numeración. “Los bajan embolsados con todo el equipamiento que los mantuvo vivos, como la sonda nasogástrica o el tubo endotraqueal. Todos los elementos que le dieron soporte en vida tienen que ser retirados en la morgue, para evitar la aerosolización, y mantener la bioseguridad del ambiente y del hospital. Primero, se verifica que los datos coincidan con la precintación. Me llega una bolsa cerrada y tengo que identificar que los datos que tengo coincidan con el precinto que está en la bolsa”, cuenta.
“Les tomo una fotografía del rostro, para que los familiares puedan hacer el reconocimiento virtual. Se la toma lo más humanamente posible para que los parientes puedan tener un reconocimiento de modo digno. Se hacen por la tarde y, a la mañana, las cocherías retiran los cuerpos”, completa.
Walter dice que la situación en su trabajo cambió mucho del año pasado a este, ya que recuerda que solo hubo un fin de semana en que no daba abasto para procesar los cuerpos de las personas que fallecieron por COVID-19, de edades mayores que los que hoy recibe.
“En 2020, el pico en la morgue fue en julio: en un solo fin de semana tuve 15 óbitos. Después, ese número bajó y se mantuvo constante hasta noviembre. Desde el mes pasado, recibo entre 3 y 4 fallecidos diarios por COVID-19, de edades más jóvenes que el año pasado. De todos modos, el número oscila constantemente: sube y baja. Hoy, tengo la heladera llena y un cuerpo afuera porque ya no hay lugar. No me da el tiempo para vaciar la morgue. En 2020, no tuve casos de personas menores de 40 años: ahora sí”, advirtió.
“El año pasado, estuve colaborando en un hospital de campaña donde vi gente joven internada con neumonía, pero no llegaban a morir. La gente joven no moría, ahora sí”, aseguró.
Desde hace un par de semanas, advierte un incremento en los casos que llegan a la morgue. El profesional asegura que era esperable que las nuevas cepas de COVID-19 mutaran y se convirtieran en variedades más letales.
Por su paso por el hospital de campaña, incorporó a un nuevo integrante de la familia, su fiel compañera que lo espera en casa luego de cada dura jornada de trabajo. “Adopté a una gata que alternaba entre la sala en la que estaban los pacientes y la de los médicos. Me la llevé a casa y le mantuve el nombre con el que la habían bautizado: COVID”, indicó.
Cada vez que llega a su casa, sabe que COVID lo está esperando para hacerle compañía y tratar de que su amo pueda despejarse de la dura realidad que vive a diario en su trabajo. Pero, ¿de qué modo se consigue frenar la cabeza con una profesión en la que a diario uno se encuentra cara a cara con la muerte? “Cuando cocinás un pollo, no te metés con la historia del pollito: puedo disociar lo que estoy haciendo para poder seguir con mi vida”, afirma tajante.
A pesar de usar ese mecanismo para evitar involucrarse en cada caso, confiesa que quedó profundamente conmovido cuando -inesperadamente- le tocó procesar el cuerpo de un compañero de trabajo, que no sabía que había fallecido.
“Tenía menos de 50 años, yo no sabía que había muerto y me avisaron unos minutos antes de que su cuerpo llegara a la morgue. Nunca me había pasado de tener que trabajar sobre el cuerpo de un amigo. Pude hacerlo porque conseguí dominar mi cabeza pero, después de mi jornada laboral, sentía que no podía estar solo”, afirmó. “Uno se prepara para muchas cosas, no para trabajar sobre el cuerpo de un compañero de trabajo/amigo. Fue el primero y espero que sea el último”, publicó en su cuenta de Twitter @AsensioGualter .
Walter reniega con aquellas personas que aún no toman conciencia de la importancia del correcto uso del barbijo, como aquellos que lo usan “como artículo decorativo” debajo de la mandíbula, los que dejan la nariz al descubierto o los que sostienen infundadamente que su uso es nocivo porque “absorben su propio dióxido de carbono”.
“Si salgo de mi casa a las 8 y vuelvo a las 21, estoy 13 horas con el barbijo puesto. No entiendo a la gente que dice que se ahoga, que no lo tolera o que es nocivo. Solo me lo bajo para tomar agua y comer, pero cuando no hay nadie cerca. Nunca me lo saco para poder respirar mejor porque, justamente, hay que respirar dentro del barbijo”, advirtió.
“Mucha gente no toma las medidas que corresponde. Yo mismo veo cómo se sacan el barbijo arriba del colectivo para mandar un audio de WhatsApp o no abren las ventanillas... Es un virus respiratorio y el barbijo te protege, entonces ¿por qué no te lo ponés bien? Las nuevas cepas afectan a la gente más joven y les causa la muerte. Esto nunca fue una gripe como algunos dijeron: siempre dependió del grado de exposición y de la carga viral de la persona”, destacó.
Las palabras del presidente Alberto Fernández diciendo que el sistema de salud “se había relajado” no le cayeron nada bien. Walter dejó en claro su desacuerdo republicando en sus redes sociales una vieja fotografía, donde mostraba cómo quedaba su rostro lleno de marcas luego de quitarse la protección al final de su larga jornada de trabajo. La imagen se hizo viral y fue publicada en numerosos medios de comunicación nacionales e internacionales.
“Esa foto me la saqué el año pasado, un día que tuve mucho trabajo en la sala del hospital de campaña -donde estaba dando una mano- y en la morgue del hospital. El traje de la morgue es más ajustado que el de la sala, porque tiene que cerrar bien por la aerosolización que generan los cadáveres. Cuando me saqué toda la protección y me tomé la foto, tenía las marcas del día y hasta me dolía la cara. Estaba solo trabajando hace meses, cansado, dolorido, angustiado… y así salió la foto. La subí el año pasado a mis redes sociales y, cuando escuché al Presidente, la volví a publicar sin pensar en la repercusión que iba a tener”, dijo.
A pesar de que recibió dos dosis de la vacuna, Walter se preocupa por el resto de sus compañeros que aún no tuvieron su suerte. Incluso, se lamenta por el personal que realiza otro tipo de tareas relacionadas con la suya, pero que no están considerados dentro del personal de salud. Por eso, a pesar del riesgo que corren a diario, siguen yendo a trabajar y ponen su vida en peligro.
“Siento bronca y angustia. Estamos muy cansados de trabajar sin parar desde que empezó la pandemia: muchos con una dosis y otros sin siquiera una. Hay gente de seguridad y de limpieza que trabaja en los hospitales y, que al no ser agentes de salud, no fueron vacunados pero vienen laburando a la par nuestra. Lo mismo pasa, por ejemplo, con la gente que trabaja en los supermercados… que también son esenciales y se exponen día a día. Pero para ellos no hay vacunas”, lamentó.
A pesar del terrible panorama que tiene en cada jornada de trabajo, dice que perdió el miedo a contagiarse, pero no el respeto, aunque al principio de la pandemia sintió temor.
“Tuve miedo el año pasado, desde abril hasta septiembre. Estuve sin poder ver a mi familia, ni a mi pareja, porque no sabía si los protocolos y los equipos de protección iban a servir y tenía miedo de contagiarlos. En 2020, estuve aislado todo el año por mi trabajo. Toda la gente que conozco se contagió, menos mis padres y mi pareja. Llegaba a casa y solo me esperaba mi gata COVID. Terminé con un (síndrome de) burnout. Ahora, ya no tengo miedo a contagiarme porque cumplo con el protocolo a rajatabla y se reducen las chances, pero igual le tengo respeto”, dijo.
Mitos, curiosidades y dudas sobre la muerte, sobre el proceso de descomposición de los cadáveres, sobre las primeras horas de un óbito… Todo ese halo de misterio se genera siempre alrededor de las morgues y, sobre todo, de los profesionales que trabajan en ellas. Para cerrar esta nota, había una pregunta que no podía faltar y que Walter no eludió la respuesta. Alguna vez durante su trabajo, ¿vio o sintió algo fuera de lo común?
“Sí, claro. Desde chico me pasan cosas paranormales. Para empezar, cuando mi abuelo murió hubo que exorcizar la casa. A veces, estoy en la morgue y las cosas se mueven. Hasta tengo grabaciones de sonidos de algunos años atrás, cuando llegaba a primera hora de la mañana y todavía era de noche porque era invierno. Como ya sabía el recorrido de memoria, entraba a la morgue con la luz apagada porque la llave estaba al fondo. Una vez, escuché que alguien me dijo al oído “¡No! ¡No!”. Eso quedó grabado y está en una de mis historias destacadas de mi cuenta de Instagram @gualterasensio. Por supuesto, sentí miedo y salí corriendo a encender la luz, pero no había nada raro”, aseguró.
“Otra vez, tuve el retiro de un cuerpo en la morgue con una cochería que trató mal a un familiar de la persona fallecida y yo me enojé. Por eso, después se disculparon con el señor y se llevaron el cadáver. Cuando me quedé solo, terminando de anotar algunas cosas, el cesto de basura que estaba a mi lado se movió un metro… o más. Fue como si el óbito me hubiera agradecido por haber defendido a su familiar… Muchas veces pasan cosas así. Entonces, realmente no se qué pasa después de la muerte. Soy agnóstico: creo en el ser humano y no puedo negar que hay una deidad, pero no soy creyente. La muerte es algo natural y lógico. Inevitablemente, antes o después, todos caminamos directo hacia ella”, finalizó Walter Asensio.