Tuc Sin Filtro reproduce a continuación este largo reportaje realizado por el sitio web Infobae sobre el encuentro entre dos hombres que estuvieron en los bandos enfrentados durante la guerra de Malvinas en 1982. Este es el texto:
Yo te tuve en la mira, dice el marine inglés.
-¿Por qué no me mataste?, pregunta el soldado argentino.
-Porque no teníamos suficientes municiones.
Los hombres, con sus uniformes y sus medallas de guerra, se estrechan con firmeza las manos. Esas mismas manos que hace 35 años cargaban un arma, colocaban su dedo índice en el gatillo y descargaban una lluvia de fuego y sangre contra sus enemigos.
“Era matar o morir”, coinciden.
El Coronel Mayor Lautaro Jiménez Corbalán -subteniente en 1982, Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros, Corrientes- y el Teniente Coronel David Wheen -capitán en aquel entonces, 42 Comando de los Royal Marines- aceptaron la propuesta de Infobae en este aniversario de Malvinas: volver a estar frente a frente como en aquella lejana y cruenta batalla en Monte Harriet.
Seiscientas cuarenta y nueve cruces con los nombres de los caídos en la guerra rodean a estos veteranos. Es una réplica del cementerio de Darwin de Malvinas, pero con una cruz por cada uno de los muertos, el cenotafio en la localidad de Pilar, Provincia de Buenos Aires. Allí se produce el encuentro. La rigidez de sus uniformes no alcanza para esconder la emoción.
El soldado argentino está parado al lado de una cruz en cuya chapa se lee: Hipólito González. “Era cabo, murió en la batalla”, explica. “En mi sección de 45 soldados tuve 5 muertos y 15 heridos. Todos los días de mi vida me acuerdo de mis hombres, de los que quedaron allá en las islas”.
El marine británico se queda en silencio, las manos juntas, como si estuviera orando. “Por suerte yo no tuve ningún muerto, pero sí heridos de gravedad. Uno de mis marines perdió la pierna al pisar una mina antipersonal y tardamos 15 horas en sacarlo de la línea de fuego por la resistencia que ustedes hicieron esa noche”.
“Esa noche” es la del 11 de junio de 1982 en Monte Harriet. Una noche muy oscura y fría -siete grados bajo cero-, donde los británicos avanzaban a través de un campo minado. Los 42 Comandos -bajo las órdenes del teniente coronel Nick Vaux- debían tomar esa posición. David Wheen comandaba la Compañía L que marchaba en la primera línea de combate.
El fuego de artillería del Regimiento 4 -a cargo del teniente Coronel Diego Soria- demoraba el avance inglés. Jiménez Corbalán y sus hombres defendían el monte bajo un increíble bombardeo que llegaba desde una fragata en la costa.
El Harriet parecía estallar en llamas. Proyectil tras proyectil, metralla tras metralla, silbaban sobre las cabezas de los soldados. Se preguntaron si alguien iba a sobrevivir a esa noche. La negra madrugada estaba iluminada por resplandores de bombas y balas trazantes. La escena parecía irreal, la sangre de los muertos no lo era.
Desde las diez y media de la noche hasta la madrugada del 12 -“nueve y media de la mañana se rinden los últimos argentinos”, aclara Jiménez Corbalán- combatieron frente a frente. Uno podría haber matado al otro. Pero ahora están aquí, de pie entre estas cruces blancas. Y hablan. Escuchémoslos.
David Wheen: En el instante en que ambos sobrevivimos a la guerra, y la pelea terminó, dejamos de ser enemigos. Nos convertimos en camaradas de armas.
Lautaro Jiménez Corbalán: En el momento de la batalla tenés que sobrevivir y tenés que matar. Pero no sentís odio por tu enemigo. Sólo cuando matan a un compañero… Ahí querés matar al otro, sale el instinto salvaje de querer eliminarlo.
DW: Es extraordinario poder estar frente a frente. Puede que hayamos tratado de matarnos el uno al otro, pero no por motivos personales sino porque eso era lo que nuestros trabajos requerían de nosotros. Yo no te odiaba, ¿por qué habría de hacerlo? No te conocía…
LJC: En ese momento nosotros tampoco teníamos odio. Eran nuestros enemigos. El problema es que existe una disputa ancestral entre los dos países por Malvinas. Eso fue lo que nos motivó a estar ahí, y llegado el caso a matar o morir.
-¿Por qué que valía la pena matar o morir por Malvinas?
DW: Cuando me llamaron al frente, cuando la guerra parecía inminente, lo primero que pensé fue “¿Por qué yo? ¿Por qué no podría haber sido el turno de alguien más?”. Fue una conversación que tuve conmigo mismo: ¿Estaba dispuesto a ir a morir a esa guerra? ¿Era una causa justa?
-¿Sentían que era una causa justa?
DW: Lo era. Me di cuenta que estábamos haciendo lo correcto, que era algo por lo que valía la pena morir. Solo después, ya en las islas, se volvió un tema de matar o ser matado. Es muy difícil darse cuenta de eso hasta que llega el momento en que uno está protegiéndose de las balas…
LJC: Yo fui por la Patria, porque era una causa justa. Pero en el día a día la supervivencia es por tu compañero. El que tenés al lado es la síntesis de la Patria, ¿sabés por qué? Porque en los Regimientos no somos todos amigos y venimos de distintos lugares y culturas, pero todos somos argentinos.
-¿Qué recuerdan de aquella terrible batalla?
DW: Mi compañero recibió disparos en ambas piernas a 100 metros de la línea de salida del Monte Harriet. Mi operador de radio, que estaba a mi lado, también recibió disparos en ambas piernas. Pensé: “Esta va a ser una noche terrible“. Fue una noche terrible. Fue una noche memorable. Pero sobrevivimos y estamos acá para compartir la experiencia.
-¿Tiene un soldado miedo a morir en la guerra?
LJC: Es desesperante pensar tu propia muerte. Te das cuenta que te falta mucho por vivir y que en un segundo se termina todo. Pero tener la certeza de que vas a morir es la mejor forma de preparar el espíritu. Si no estás preparado para morir, no sos un soldado.
DW: Todos estábamos muertos de miedo. Pero si nos tocaba caer en la batalla iba a ser por una causa justa, porque una agresión no puede salir gratis. Dejé a mi mujer Vivian y a mis tres hijos pequeños de 7, 5 y 4 años -Lissa, Charles y Sarah- sólo porque pensé que la causa valía la pena.
La primera vez que soñó con ser un marine David Wheen tenía seis años. Vio a un comando cruzar el río colgado de una cuerda. “Quiero hacerlo”, dijo. El marine tomó al niño, lo colgó en sus espaldas y se lanzó sobre las aguas. El chiquito de Devon, un condado al sureste de Inglaterra, nunca pudo sacarse de la cabeza a ese superhéroe de carne y hueso que lo había hecho vivir una aventura única. A los 17 años ingresó en el Commando Training Centre de Devon. Le siguió un durísimo entrenamiento en Noruega, mudanzas a Hong Kong, Singapur y Bangladesh, enfrentamientos en Irlanda del Norte y guerras de Irak y el Golfo para apoyar a los kurdos. “Amé ser marine durante 32 años, cada día de mi vida”, resume Wheen.
Lautaro siempre jugó con soldaditos en su Corrientes natal. A los cinco años se vestía de soldado y el tío Périco era su ídolo: nada le gustaba más que verlo llegar con su uniforme del Ejército. Estaba escrito que iba a estudiar en el Liceo Militar General Espejo, en Mendonza, y lugo en el Colegio Militar en el Palomar. Malvinas lo encontró como cadete del cuarto año, encargado de la sala de armas. Allí, un viernes muy temprano, escuchó en una radio que se habían recuperado las islas. Cinco días más tarde lo ascendieron a subteniente. Y el 9 movilizaron a todos los oficiales. Lo enviaron a Monte Caseros: “Hay que custodiar las fronteras con Chile”, le ordenaron. Se sintió frustrado: quería ir al Sur. Sus deseos se cumplieron solo ocho días después: pasó por Chubut, luego por Río Gallegos y el 27 de abril aterrizó en Malvinas. “Todos cantábamos felices. Queríamos estar allí”, recuerda Jiménez Corbalán.
El militar argentino saca de su bolsillo una pequeña libreta. Está envuelta en una bolsita de plástico. La toma con delicadeza, como si se tratara de un tesoro, y se la muestra all militar inglés. Tiene las hojas manchadas de barro. “Es el diario que yo escribí en la guerra”, le dice.
“Al principio lo hice porque sentí la necesidad de escribir lo más importante que estaba viviendo para compartirlo con mi familia. Pero cuando empezó la guerra pensé que quizás era lo único que les iba a quedar de mí“.
En la tapa del diario, en inglés y en español, Lautaro escribió: “Se ruega a quien encuentre esta libreta retornarla a la familia Jiménez Corbalán. Es el último deseo de un oficial argentino. Gracias”.
“Si encontraban mi cuerpo en un campo de batalla alguien iba a enviar el diario a mi familia”. David responde con tres palabras: “Fuiste muy sabio”.
Los antiguos enemigos repasan día por día las páginas donde se detallan situaciones de guerra, batallas y reflexiones personales. En este momento la guerra no los separa, los une.
-Hace 35 años, de haber tenido oportunidad, uno le hubiese disparado al otro… Y hoy están aquí lejos de los rencores.
LJC: Lo importante acá es rescatar que es posible un acercamiento, sin odio, porque fue todo muy respetuoso. Terminado el combate había una preocupación por la salud del otro. Y no solamente por la del hombre propio sino por el enemigo. Los ingleses, lo debo decir en público, fueron muy cuidadosos con los heridos. Yo les debo respeto por eso.
DW: Los que combatimos ya no somos enemigos. Este es un problema político. Y la solución de todos estos temas, a largo plazo, es política y no militar. Fue una guerra con honor, con respeto y sin odios.
-Para un Royal Marine, ¿cómo fue enfrentarse a los soldados argentinos?
DW: Mi primer contacto fue en el Puerto de San Carlos, donde los pilotos fueron inmensamente valientes. Cada una de nuestras naves recibió algún tipo de impacto. Si daban la vuelta para volver a pasar por sobre los buques, iban a ser derribados… Y los pilotos lo seguían haciendo. Después llegaron las batallas terrestres, con mil rondas de artillería disparadas por ustedes. Y te digo, la artillería no es divertida. Tuve siete heridos graves por esquirlas. Las batallas fueron muy duras.
Hablan de sus soldados, de sus muertos, de los prisioneros. Se emocionan. Revelan detalles de las batallas que hielan la sangre. Jiménez Corbalán le regala el libro que escribió: “Malvinas en primera línea”. David Wheen le enseña la presentación que hizo en las academias militares norteamericanas luego de la guerra y una pintura inglesa que lo tiene como protagonista en la batalla de Harriet y que ilustra la tapa de un libro de la guerra. Cuentan anécdotas. Lautaro le habla de sus tres hijos Francisco -que es teniente-, María Juliana y María Guadalupe. David agrega que su hijo mayor también es militar “y ya tiene más medallas que yo”. Hay orgullo, complicidad, respeto. Hablan un mismo idioma. Y no es el de la guerra.
Vuelven a las anécdotas. Wheen cuenta que estuvo a cargo de los prisioneros luego de la rendición. Y que dos comandantes argentinos, lo invitaron a comer con ellos. “Fue una reunión memorable: siete días antes habíamos estado tratando de matarnos, pero ahí estábamos, compartiendo una comida… ¡que era horrible, pero al menos estaba cocinada! Estuvimos en todo de acuerdo, salvo en el status de Malvinas. Pero ahí estuvimos de acuerdo en estar en desacuerdo”.
Jiménez Corbalán relata que en el repliegue hacia Monte William, en medio de la noche cerrada, tuvo que atravesar un campo minado. David lo mira: “¿Y cómo estás entero?”. “Pisé una trampa explosiva que me hizo volar por los aires y caí herido, porque yo encabezaba la fila de mis hombres. Les había dado la orden de retroceder, en caso de que alguno explotara. Me creyeron muerto, pero igual volvieron a buscarme. El soldado Carlos Salvatierra y mi operador Alberto Flores me salvaron la vida”.
“Tenemos tanto que hablar”, coinciden. El argentino lo invita a una cena con varios de los oficiales que estuvieron en el Harriet. Allí estarán aquellos que lo enfrentaron con sus fusiles y su coraje: Alfredo Pasolli, Alfredo Delpierre, José Lafuente, Edgardo Duarte Iachnicht, Jorge Farinella, el médico Juan Cucchiara, Alfredo Martínez, Mario Juárez, Ricardo Toran y Marcelo Llambias. “Un asado argentino para que nos permita conocernos mejor. Todos tenemos la necesidad de saber qué pasó en la batalla”.
David Wheen pregunta, de pronto, por Ramón Castillo, un soldado al que conoció en septiembre de 2015 en Londres cuando Rugby sin Fronteras organizó un partido entre veteranos de ambos países. En 1982 Ramón se había presentado en el Regimiento de Monte Caseros como voluntario para ir a las islas “para cumplir con la Patria”. Batalló en distintos frentes hasta que llegó la cruenta batalla del Monte Harriet, donde cayó prisionero. Cuando conoció a Wheen en Londres sintió que ese encuentro era sanador: “Somos compañeros de armas”. Infobae invitó a Castillo a Buenos Aires. La emoción del encuentro se sintetiza en dos frases:
-Me alegro de que estés vivo, de no haberte matado, le dijo Wheen.
-Te bendigo a vos y a tu familia por eso, respondió el soldado argentino.
DW: Cuando volvimos a casa, los desfiles no significaban nada para mí, la gente lo era todo. Vivía para disfrutar cada día y estaba agradecido por poder vivir cada instante. Uno vuelve a la normalidad, pero la guerra es algo que está siempre en tu memoria… Tal vez no todos los días, pero sí varias veces a la semana. En mi oficina hay una foto de la batalla del Monte Harriet, y cada tanto la miro y recuerdo. Es algo que va a permanecer dentro mío para siempre.
LJC: Lo primero que hice al volver fue querer olvidarme de la guerra. Había cumplido 20 años en Malvinas y quería vivir la vida al máximo, porque a esa edad había visto mucho más de lo que otros hombres quizas pueden ver en toda su vida. La posguerra fue peor que guerra, porque los propios camaradas nos miraban como si hubiésemos sido responsables de la derrota. Los primeros cinco años fueron muy duros, con pesadillas. Uno ya sabe que la vida se puede terminar en un segundo, revaloriza todo, pero es difícil.
-Hoy están aquí juntos, pero hay 649 argentinos y 255 ingleses que quedaron en las islas. ¿Qué deuda sienten frente a los que ya no están?
LJC: Todos los días hay algo que me recuerde a Malvinas. Y veo los rostros de mis muertos, siempre me acuerdo de ellos, pero con paz.
DW: Esta gente no esta acá, lamentablemente. Muchos familiares de estos caídos deben sentir enorme tristeza. Nuestro deber es recordarlos y honrarlos. No hay muertos ingleses y argentinos. Todos fueron soldados de una misma guerra. Hay que mantener la memoria. Y luego celebrar que la vida sigue. Y que debemos seguir adelante. Es difícil de explicar.
-A 35 años del conflicto ¿Es posible la reconciliación?
LJC: Me parece que el término reconciliación se da cuando dos partes resignan sus posturas, y este no es el caso. Creo que mientras exista una controversia es difícil hablar de reconciliación. Yo no me tengo que reconciliar con él, porque no tengo un problema personal con David. Lo tuve hace 35 años, no ahora. El problema de ahora lo tengo con la política del Reino Unido, que insiste en retener una colonia. No hay un problema tampoco con el pueblo inglés.
DW: El problema son los políticos. La mayoría de los oficiales argentinos fueron a academias militares en Inglaterra o a las universidades de Oxford o Eton. Cuando yo cené con los oficiales argentinos, me dijeron que las últimas personas con quienes querían ir a la guerra eran los ingleses.
LJC: Las guerras son el fracaso de la condición humana. Los soldados son quienes menos desean la guerra, aunque parezca paradójico. Y creo que el gran desafío de la humanidad es arreglar los problemas sin violencia. Pero mientras exista la violencia, hay que estar preparados para hacerle frente. De lo contrario, somos corderos que vamos al matadero. De todas maneras, apuesto fuerte a que este problema va a tener una solución sensata, la más justa que se pueda. A tantas décadas del comienzo del conflicto nos merecemos, tanto los argentinos como los británicos, sentarnos a arreglar el problema y dialogar en serio. La paz siempre es posible, pero la paz con justicia.
DW: Alguien que combatió en la guerra no quiere volver a hacerlo. Es un gran privilegio haber luchado por la Patria, pero ya está. La paz es mucho mejor. Es irrelevante que hayamos sido enemigos y que hayamos estado en bandos enfrentados. Porque todos somos seres humanos, todos estábamos muertos de miedo, todos teníamos una idea parecida de cómo íbamos a sobrevivir durante la guerra, y todos estamos agradecidos de estar vivos. Estrechar la mano de mi antiguo enemigo es algo extraordinario. Hoy podemos ser amigos, definitivamente. Y si los que peleamos sentimos eso, ¿qué pueden decir aquellos que nunca estuvieron en un campo de batalla?
Producción periodística: Demian Bio
Entrevista Ramón Castillo: Fernanda Jara