Por Sergio Silva Velázquez– Cuando María del Carmen Aranda, se cruzó en el baile con “Pelayo”, su ex marido no quiso saludarlo. La separación de hacía 3 meses y medio tenía a la mujer envuelta en una pelea interminable cuyo efecto continuaba y la alcanzaría en las horas siguientes con toda su contundencia. En La Cocha, por ahora, nadie quiere hablar demasiado de ello. Omar Ricardo Pérez, de 32 años, con quien se había casado en 2014 le enviaba mensajes a su celular a través de los cuales la amenazaba junto a sus dos hijos. Esos mensajes, por alguna razón, nunca salieron a la luz.
La noche del sábado María del Carmen, de 32 años, decidió dejar al más pequeño de ellos con su abuela y a Milagros Daiana Torres, sola en la casa. Ya tenía pensado que iba a ir a bailar.
Jamás se le ocurrió que su hija de 12 años, indefensa en la precaria vivienda de un asentamiento en el que vivían, estaba a expensas de lo peor.
Los investigadores creen que “Pelayo” salió del baile y se dirigió sin mayores preámbulos a la casa a la que le faltaba una pared y estaba cubierta con un plástico de forma improvisada. Nadie sabe si ya sabía lo que iba a hacer o si el acto macabro de asesinar a Milagros, tendida en la cama durmiendo, ofrecida para que que la amenaza se consumara, le brotó de repente.
El homicida caminó en penumbras y se acercó a la cama. Aún no se sabe si Milagros pudo escucharlo. Cuando el asesino se marchó había dejado consumada para siempre su obra en la cama. La madre encontraría a la nena atada a la cama, como si el final hubiese sido producto de un ritual previo. Como si la muerte se hubiese producido en actos separados. En la boca, la nena tenía una media que el asesino le introdujo, probablemente para que no gritara. Los vecinos del asentamiento, confesarían luego, que vieron merodear a Pérez. Pero como a María del Carmen, a nadie se le ocurrió pensar lo que estaba consumándose en la precaria vivienda.
Ahogado el grito, el homicida llevó al siguiente nivel su obra enrollando al cuello de Milagros tres cables con los que la habría ahorcado. Los peritos no encontraron otras señales de violencia en el cuerpo marchito.
Tampoco hallaron evidencias de que pudiera haber sido abusada sexualmente, algo que su propia madre, parecía temer más que nada. Solo se sabe que murió asfixiada, luego de que los cables se ciñeran al cuello frágil hasta dejarlo sin latido. En esas horas, donde concretó sus amenazas que nunca fueron denunciadas, el asesino se fue de la manera en que llegó. Abastecido por las sombras y algún vistazo de un vecino curioso que tampoco sospechó lo terrible que acababa de suceder.
Para poder capturarlo, los pesquisas se valieron de un tercero al que Pérez habría contactado, después de que la policía recibiera el dato de que “Pelayo” había decidido fugarse a Catamarca.
“Lo que pudo haber pasado por la cabeza de esta persona para hacer lo que hizo es un misterio. A veces, estos tipos se ciegan con una mujer por cualquier cosa. No se me ocurre pensar ahora porqué habrá sido ni porque no lo denunciaron”, le dijo desconcertado un alto jefe policial a este periodista.
María del Carmen, había concebido a sus hijos de otros dos hombres diferentes. De “Pelayo” por alguna razón, no había quedado embarazada.
La caza del sospechoso se concretaría casi 12 horas después, insólitamente, en una plaza pública en Aguilares, a la vista de todos. Así como habían sido las amenazas pronunciadas por el homicida que nadie vio llegar.