“Hola Habana, hola mi gente de Cuba”, dijo Mick Jagger antes de lanzarse con Jumpin Jack Flash, y estalló la multitud. Las enormes torres curvas de parlantes comenzaron a vibrar y el sonido rancio, estridente y eterno de los Rolling Stones inundó la capital cubana. Cientos de miles de cubanos y personas de todo el mundo comenzaron a saltar. Muchos jamás habían observado semejante despliegue de sonido y luces. Habían pasado más de ocho horas y 40 años esperando este momento. Cuba participaba, finalmente, de las fiestas de las bandas más importantes del mundo en un show libre y gratuito. Tras la diplomacia del béisbol que trajo hace cuatro días el presidente Barack Obama, los Stones abrieron la diplomacia del rock.
Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Ron Wood se lanzaron con algunos de sus riff más emblemáticos, desde Start me up hasta Angie, Ruby Tuesday y Paint it black. El sonido fue impecable. Las luces y los efectos idénticos a los de toda la gira por Argentina, Brasil, Chile y México. Abajo, era todo fiesta. Las banderas cubanas se entremezclaban con las argentinas, estadounidenses, británicas o quebequenses. Los rolingas argentinos discutían sobre las diferencias de interpretación. Los cubanos disfrutaban de su primer baño de cultura rockera del grupo más emblemático, olvidando por más de dos horas el eterno relato oficialista y la transformación que están viviendo en este país.
Unas horas antes, en la Ciudad Deportiva, sede del recital, algunos argentinos aparecían como hongos. Cuatro que viven en República Dominicana, un grupo que estaba en México, decenas de Miami y muchos de Buenos Aires. Son los que le ponen “onda” a la fiesta. Acá están acostumbrados a la salsa, lo del rock aún es incipiente y los cánticos futboleros para alentar a los artistas, un elemento fascinante y extraño.
Fuente: Clarin