Decía que le costaba. Que ya no era como antes. Sara Figueroa, sin embargo, estaba ahí. Firme como siempre. Acompañada con un bastón, interactuaba con los curiosos que pasaban por allí, en el paseo peatonal de la Casa Histórica. Ahí se la pudo ver en los últimas semanas. Allí fuimos a buscarla en enero, cuando habló con nosotros.
“La Dueña de la Casa”, como le decían luego de haber cumplido 50 años vendiendo empanadas en ese punto, Se acostumbró a ser un elemento más del lugar, un color de la postal preferida de los turistas: “La Casita de Tucumán”, como la llaman los porteños. Ahí la encontramos la última vez que la vimos. Este es el recuerdo de la mujer que ya empezó a ser una de las más queridas de la galería de personajes tucumanos sin tiempo.
Cual era su secreto? “Empecé a hacer las primeras empanadas de matambre. Nunca pude dejar de vender. Si no vengo a vender me siento mal”.
Así era Doña Sara.