Si se hiciera un ranking basado en las publicaciones que existen sobre los asesinos seriales que sembraron muerte en la Argentina, Florencio Roque Fernández ocuparía el primer lugar, por encima de otros mucho más famosos, como Carlos Eduardo Robledo Puch, Mateo Banks -”Mate 8″-, Cayetano Santos Godino -”El Petiso Orejudo”-, Raúl Aníbal González Higonet -”El Loco del Martillo”-, o “La envenenadora de Monserrat”, María de las Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano, “Yiya” para sus amigas y víctimas.
Porque según esas publicaciones -muchas de ellas en medios nacionales-, a lo largo de siete años, entre 1953 y 1960, Fernández, más conocido como “El Vampiro de la Ventana”, habría asesinado a quince mujeres en la localidad de Monteros, a unos 50 kilómetros de San Miguel de Tucumán. Y lo habría hecho con un modus operandi tan particular como escabroso. Según esas crónicas, el Vampiro mataba solamente mordiendo en el cuello hasta la muerte.
Las historias coinciden en que fue capturado cuando estaba por concretar su crimen número dieciséis. Fue el 14 de febrero de 1960 y en el momento en que fue sorprendido por los policías, el Vampiro no opuso resistencia. También aseguran que fue juzgado y declarado inimputable, por lo que fue internado en un instituto psiquiátrico, donde vivió ocho años hasta que murió en 1968.
Por culpa de Bela Lugosi
Florencio Roque Fernández nació en 1935 en un barrio pobre de las afueras de la localidad tucumana de Monteros. Las crónicas dan cuenta que, de chico, ya presentaba desórdenes de comportamiento y problemas mentales, aunque también aseguran que parecía inofensivo. En ese pueblo, también quedó constancia de que los vecinos lo señalaban como un ladronzuelo de poca monta, que en la adolescencia acompañaba a sus hermanos en incursiones a casas donde, aprovechando la ausencia de sus habitantes, se apropiaban de lo ajeno.
En una de esas crónicas, publicada hace menos de dos años en La Nación, se resume así su infancia: “De niño, Fernández fue diagnosticado con una psicopatía que nunca fue tratada y que, con el correr de los años, se transformó en una severa esquizofrenia. Abandonado por su familia y obligado a vivir solo en la calle, mendigó, rapiñó y durmió a la intemperie, padeciendo el hostigamiento de quienes lo veían como ‘un loquito suelto’”.
Florencio Fernández no leía, por lo que resulta imposible que haya leído Drácula, la novela de Bram Sotcker, pero cuando podía juntar unas monedas -relatan las crónicas- iba al cine del pueblo. Quizá su vida dio un vuelco a los 17 años, cuando vio Drácula, la película dirigida por Tod Browning y protagonizada por Bela Lugosi.
Tanto le habría impactado la historia del conde de Transilvania que se propuso trasladar la historia de los montes Cárpatos a la precordillera tucumana. Más concretamente a su Monteros natal. Fernández quiso ser el protagonista. O sea, imitar a Bela Lugosi pero para ser un auténtico asesino serial.
“El Vampiro de la Ventana”
Las crónicas ubican en enero de 1953 su primer asesinato. En una de ellas se lo relata así: “Aprovechando que la gente del pueblo dormía con las ventanas abiertas, producto del intenso calor, y luego de haber acechado durante horas a la víctima, Fernández ingresó en la habitación de una mujer joven, la golpeó con un martillo y luego mordió su cuello hasta desgarrarlo y provocar su muerte”. Desde entonces no pudo detenerse. Al mes siguiente habría cometido su segundo crimen, también entrando por la ventana del dormitorio de una mujer que dormía sola en su casa.
Cabe aclarar que los calores del verano tucumano pueden llevar la temperatura a más de cuarenta grados. Por aquellos tiempos Monteros era un lugar tranquilo, donde la gente dormía con las ventanas abiertas.
Otro relato escrito explica de esa manera la facilidad con que cometía sus crímenes. En referencia al segundo asesinato, la crónica dice: “Esa costumbre campera de dejar puertas y ventanas abiertas provocó, un mes después, una segunda víctima. Algo que sorprendió a la policía fue encontrar en la escena del crimen un martillo y un palo de escoba partido, pese a que la mujer había muerto por la partición de su tráquea a mordiscos”.
Resulta llamativo que, luego de dos asesinatos tan truculentos, en Monteros las mujeres que vivían solas siguieran durmiendo con las ventanas abiertas. A tal punto los hábitos no cambiaron en un pueblo tan pequeño que en los seis años posteriores, Fernández -alienado en la figura del Conde Drácula- no habría parado y se le adjudicaron otros trece crímenes. Todos con la misma modalidad, a mordiscones, aprovechando siempre las ventanas abiertas para entrar en las casas.
“Mientras las mujeres dormían, comenzaba a golpearlas hasta dejarlas inermes -relata una de ellas, publicada en un diario de Buenos Aires hace apenas un par de años-; luego les mordía el cuello hasta provocarles desgarros e, incluso, destrozarles la tráquea y la carótida. Así, las dejaba desangrarse hasta la muerte; se sospecha que, incluso, llevaba adelante el acto teatral que le había visto hacer al personaje de Bela Lugosi: bebía la sangre de las víctimas. Dejaba su impronta, pero no era, en todo caso, un acto lascivo de belleza casi sensual como el del conde ficticio que acometía contra la humanidad de hermosas doncellas para saciarse con su esencia vital”.
Federales para capturarlo
La policía tucumana, pese al tiempo transcurrido, no pudo siquiera tipificar al asesino. Fue recién cuando la Policía Federal envió a Monteros un grupo de avezados inspectores que comenzó una investigación con métodos más “científicos”. Recién entonces, pudieron identificar al Vampiro y capturarlo. Corría 1960, el año del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, que también sería el de la captura del temible “Vampiro de la Ventana”.
Los investigadores ubicaron en un mapa de Monteros las viviendas de las “quince mujeres asesinadas” y después de seis años de completa dejadez e ignorancia surgió una pista fuertísima. Todas las mujeres muertas con sus cuellos destrozados por los colmillos del Drácula tucumano habrían vivido no solo cerca entre sí sino casi equidistantes de una cueva donde vivía quien hasta entonces era ‘el loquito suelto’ de Monteros.
Fernández -aseguran los relatos- se había refugiado allí después de que su familia lo echara de su casa. Pasaba el día en la cueva y sólo salía de noche, porque a esa altura, además de su desequilibrio mental, padecía también de fotofobia.
No había ninguna prueba de que Florencio Fernández -que por entonces tenía ya 25 años- fuera “El Vampiro de la Ventana”, de modo que el equipo de investigadores, siempre según las crónicas, decidió montarle vigilancia y seguirlo en sus movimientos.
Así estaban las cosas cuando el caluroso domingo 14 de febrero de ese 1960 Fernández repitió su ritual. Entró por una ventana donde vivía una mujer sola que, de acuerdo a los antecedentes publicados, sería la víctima número dieciséis. Pero ese domingo, los sabuesos estaban esperándolo.
“No opuso resistencia al arresto -relata una de las crónicas-. Al contrario: parecía aliviado tras su detención. Solo gritaba y se ponía violento cuando la policía lo hacía salir a la luz del sol. La fotofobia, sí… pero, también, el punto débil del vampiro que creía ser”.
Un vampiro inimputable
Los relatos de la época terminan casi todos así: poco después de ser detenido, Florencio Roque Fernández, el temible “Vampiro de la Ventana”, debía ser sometido a juicio. En la instrucción, la Justicia pidió que se le realizaran exámenes físicos y psiquiátricos.
Los peritos diagnosticaron que padecía de esquizofrenia y lo declararon inimputable. De este modo, en lugar de ir a parar a la cárcel con una segura condena a reclusión perpetua, se ordenó internarlo en un instituto psiquiátrico donde pasó los siguientes ocho años cuando, con apenas 33 años, murió de “muerte natural” un día “impreciso” de 1968. La historia de “El Vampiro de la Ventana”, el mayor asesino serial de los anales criminales de la Argentina llegaba a su fin.
Envuelto en tinieblas
Tal vez por tratarse de un vampiro que cometía sus crímenes envuelto en las sombras de la noche, la reconstrucción de la historia de Florencio Roque Fernández no ilumina absolutamente nada sino que está poblada de oscuridad. No existe ningún expediente judicial que hable de sus asesinatos en serie, ni de la declaración de inimputabilidad de los peritos, ni la decisión de internarlo en un instituto psiquiátrico. Tampoco hay crónicas de la época -entre 1953 y 1960- que hablen de los asesinatos cometidos, no ya de la supuesta serie sino de siquiera uno de ellos. Tampoco se conoce el nombre de ninguna de sus supuestas víctimas.
En el archivo de La Gaceta, el diario más importante de Tucumán, no hay nada sobre el asunto. No hay información sobre los crímenes, ni sobre la llegada de un equipo de la Policía Federal a Monteros -lo que hubiera sido noticia relevante-, ni sobre la captura de Florencio Roque Fernández.
Todo lo que se ha escrito sobre el raid criminal del “Vampiro de la Ventana” data de muchos años después. Un verdadero misterio.
En busca de los hechos
El primer paso que dieron los autores de esta nota para tratar de reconstruir la historia con fuentes de primera mano y no con crónicas muy posteriores fue consultar al periodista tucumano Marcos Taire.
Taire nació en Monteros y pasó allí su infancia, por los años en que supuestamente ocurrieron los crímenes del “Vampiro de la Ventana”. Luego vivió muchos años en San Miguel de Tucumán, donde trabajó en La Gaceta.
-Nunca escuché nada de eso y en Monteros tendría que haber causado conmoción. Si pasó algo así es imposible que yo nunca haya escuchado. El caso policial que más recuerdo de aquel tiempo fue el de un tipo de apellido Ibáñez, un ladrón al que la policía mató en un cañaveral. Ese lugar se transformó en sitio de peregrinaje. Pero de esto no supe nunca nada.
El “Vampiro” era un “Cangrejo”
El siguiente paso fue hablar con viejos vecinos de Monteros. La primera respuesta (vía whatsapp) fue desconcertante: “¡Ese tipo era ‘El Cangrejo’! Todo es una mentira, era un pobre ‘soguero’. Jamás mató a nadie”.
Después hubo más datos: “Vivía en la Villa Nueva, un barrio de las afueras de Monteros, cruzando el arroyo El Tejar. A toda la familia le decían ‘los cangrejos’. Entraba por las ventanas es cierto, pero para robar. Mentira que las mataba. Los padres eran alcohólicos y los pibes vivían prácticamente en la calle. Yo era amigo de los hermanos, Guillo y Muni, que también eran ladrones”, precisó un antiguo vecino que pidió que no se publicara su nombre.
Otro de los consultados, Enrique Racedo, explicó a estos cronistas: “Había un voyerista en la década del 60. Le decían ‘El Cangrejo’. Pero no era asesino. De asesinos hubo dos casos bien conocidos en Monteros. Uno ‘Mate Cosido’, a quien León Gieco le hizo una canción y el otro fue Sixto Ibáñez, que era un ladronzuelo, y lo acribillaron los policías a balazos”.
Ladrón, sí; voyeurista, tal vez; pero nada indica que Florencio Roque Fernández haya sido un asesino en serie. Otra fuente incluso precisó el domicilio de la familia, pero desmintió la historia del vampiro: “Es una creencia popular. Es mentira lo del asesino serial, pero el tipo existió. Vivía en la calle Crisóstomo Álvarez al 800, en Villa Nueva y lo apodaban ‘El Cangrejo’ Fernández. Yo jugaba de niño a la pelota con sus hermanos menores. Era ladronzuelo”, dijo.
Finalmente, los cronistas ubicaron a un familiar lejano de Fernández, que no lleva su apellido y prefirió reservar su identidad. “Es un pariente lejano mío, sí, de mi madre. Conozco la historia como la relatan los medios, nunca en mi familia se habló de ese tema, será por vergüenza, no lo sé. Era un chico enfermo, según lo que yo tengo entendido; de todas maneras, no era un asesino”, respondió.
Florencio Roque Fernández realmente existió, pero nunca cometió los crímenes que se la adjudican y que fueron relatados al principio de esta crónica, con fuentes que le adjudicaron ser un asesino serial. “El Vampiro de la Ventana” es una leyenda que -por contar algo truculentamente pintoresco y por no chequear los hechos- no pocos periodistas y medios han dado como cierta.