Llegada la noticia de la primera victoria de las Armas Patrias a Buenos Aires, el día 2 de Diciembre de 1810, comenta Vicente Fidel López, que “los oficiales del cuerpo de Patricios decidieron celebrar, con un gran baile, la victoria de Suipacha, en que tan gloriosa parte habían tomado los dos batallones de ese cuerpo que estaban en el ejército.
Algunos de ellos eran decididos partidarios del presidente de la Junta, que, como coronel del cuerpo, debía presidir el banquete; y como gozaban de favor, eran ellos los que llevaban la voz en el cuartel.
Otros pertenecían al grupo de jóvenes y hombres de iniciativa, que formaban al lado de [Mariano] Moreno, y sobrevino divergencia entre ambos grupos sobre si se invitaría a éste ó no. Parece que consultado Saavedra, aconsejó que se le invitase. Pero, ya hubiese ocurrido algún error, ya fuese por efecto de alguna malignidad oculta, el hecho fue que”, la invitación jamás le fue cursada al joven secretario de la Primera Junta.
Narra Ignacio Núñez, en forma concordante que “en la noche del cinco de diciembre de 1810, tubo lugar una gran concurrencia en el cuartel del Regimiento de Patricios, con el objeto de celebrar la Batalla de Suipacha, que dio el General Balcarce á los españoles, en el territorio de Potosí, el día siete de noviembre: la concurrencia fue tan extraordinaria, como marcada su composición, notándose en ella primeramente los amigos y partidarios del Presidente: las centinelas de la portada no dejaban entrar del paisanaje, sino ciertas y determinadas personas, mientras que la portada estaba libre para todo el que vestía uniforme militar”.
La famosa fiesta de los Patricios se organizó en el Cuartel que tenían éstos, en la Manzana de las Luces, a escasos pasos de la antigua Plaza Mayor. Los soldados saavedristas, mal dispuestos hacia el enemigo de su jefe, decidieron, al parecer, por su cuenta, denegar el acceso a cualquier civil sin invitación; mientras que permitían ingresar libremente todos los uniformados; que en su gran mayoría, simpatizaban con el saavedrismo.
Parece que algún chismoso, que no pudo entrar a la fiesta, se encontró de casualidad con Mariano Moreno; que según narra Ignacio Núñez “con uno de sus colegas paseaba por la calle del cuartel, entre la multitud de espectadores que se habían agolpado desde prima noche, cuando supo, no solo que la entrada no era libre, sino que pecaba en cuanto a réprobos y escogidos; y queriendo confirmar por sí mismo lo que se le refería, con cierto grado de exaltación, tomó á su colega del brazo, se dirigió á la portada del cuartel y trató de penetrar sin pedir permiso al centinela”.
Es decir, justo esa noche Mariano Moreno que no había sido invitado, y que no sabía de la fiesta, paseaba junto a otro miembro de la Junta, que Núñez no ha individualizado, por las cercanías. Cuando le comentaron que los Patricios celebraban una fiesta a escondidas, y que en forma arbitraria dejaban entrar a unos y no a otros; fue a constatar esta situación con sus propios ojos, aprovechando su rol de Secretario del Primer Gobierno Patrio.
Narra Vicente Fidel López que “al presentarse el doctor Moreno á la entrada del cuartel, el centinela le cerró el paso, el oficial de guardia anduvo remiso para resolver el conflicto, y el nervioso secretario de la Junta tuvo que devorar el insulto y que retirarse desairado”.
Complementa la historia Ignacio Núñez y cuenta: “Se supuso después que el centinela no había conocido á los dos miembros del Gobierno, y parece un hecho cierto que ellos tampoco se hicieron conocer; pero de cualquier modo que fuese, el Dr. Moreno y su colega necesitaron someterse á la misma resistencia que experimentaron los que le precedieron en esta tentativa. Las impresiones que él experimentó por el momento pudieron traer un grave compromiso, si las reflexiones de su colega y de los amigos que le rodearon en el acto, no lo hubiesen ayudado á formar la resolución de retirarse en silencio á su casa”.
Parece que ambos miembros del Primer Gobierno Patrio: Mariano Moreno y el otro que Núñez no identifica, intentaron ingresar sin identificarse. Sufrieron el mismo rechazo bochornoso que habían tenido varios antes. Parece que, fiel a su estilo, Moreno, enojado quiso reaccionar, pero quienes lo acompañaban, se lo llevaron del brazo hacia su casa.
Comenta Vicente Fidel López: “cualquiera otro hombre delicado se habría resentido hasta el fondo del alma con un acto como ese, que á la violencia reunía la ruindad y la bajeza de un indecente atentado. Que el hecho procedía de algunos de los oficiales que adulaban al presidente, era cosa que no tenía duda; y el doctor Moreno debía tenerlos muy en vista para buscar reparación al día siguiente, cuando el mismo oficial indicado ú otro de los del mismo círculo, dio ocasión á una medida gubernativa de que el doctor
Moreno se sirvió para tomar desquite de Saavedra y castigar al delincuente.
Llegada la hora del ambigú, el señor Saavedra y su señora tomaron los asientos que tenían preparados á la cabecera de la mesa, tras de los cuales había un cortinado damasquino, arreglado á manera de dosel y tomado con dos coronas de flores en cuyo centro brillaban los dos nombres”.
Relacionado con este asunto, prosigue su narración Núñez, con respecto a lo que pasaba con Mariano Moreno: “Cuando apenas habrían pasado dos horas de este suceso, se encontró de nuevo acometido con una noticia que acabó de exasperarlo, sumergiéndolo en las más agitadas cavilaciones. Entre las aclamaciones y los brindis que se prodigaron al Presidente, se distinguió el de D. Atanacio Duarte, capitán de Húsares, natural de Montevideo, hombre de una vida licenciosa, y de un carácter insolente: él tomó del ramillete que cubría la sala principal del cuartel, una corona de dulce, llamó la atención del concurso a un brindis que quería proponer, colocó la corona en la cabeza de la Sra. Doña Saturnina esposa del Presidente, y gritó: ¡Viva el Emperador de América!”
Por su parte, López relata: “A poco rato, un oficial bullicioso y sin distinción, llamado don Atanasio Duarte, que la echaba de versificador, ó más bien dicho de consonantero, tomó en la mano las dos coronas y se las presentó al presidente con palabras dichas en versos de una adulación excesiva. que provocaron una reprobación general, ó por mejor decir, un verdadero escándalo. No se conserva su tenor, pero la tradición pretende que invocó la gloria y la majestad del presidente de la Junta ‘llamándole emperador’ y propasándose hasta decirle que ‘la América esperaba con impaciencia que tomase el cetro y la corona’. El señor Saavedra no hizo protesta ninguna contra semejante desacato.
Sus adversarios pretenden que más bien se mostró complacido. Pero lo más probable es que esa complacencia se hubiera limitado á reír de la ocurrencia, mirándola como efecto de la vulgaridad y de la insignificancia del actor.
No lo tomaron así los liberales y los republicanos que oyeron á Duarte. Verdad es que los de este partido, que comenzaba á diseñarse entonces con bastante vigor intelectual, reclamaban ya contra el aparato virreinal y soberano de que se seguía rodeando á la persona del presidente de la Junta en todas las ceremonias y actos públicos ó privados, como si fuese el sucesor de los virreyes, ó algo más personalmente que los demás miembros del gobierno, y su señora algo más que las otras damas de distinción.
Lo peor de todo era que de parte de ambos cónyuges había una trivial vanidad en gozar de las exterioridades del poder, lo que contribuía no poco á que los demás que abrigaban las convicciones y las tendencias democráticas que indudablemente entrañaba la Revolución, tuvieran un ardiente deseo de privarles el uso de esas regias apariencias que tanto les chocaban.
La impresión del insulto que había recibido tenía demasiado febril é irritado el ánimo del doctor Moreno para que pudiera conciliar el sueño, y se paseaba á lo largo de su gabinete cuando sus admiradores vinieron, airados también, á referirle el escándalo de que habían sido testigos y la indignación general que había producido (Figuraban entre ellos, según informes posteriores, don Nicolás Rodríguez Peña, Beruti, Álvarez -don José Julián-, Planes, etc.).
No necesitó más el doctor Moreno para creer que había llegado la ocasión de humillar á Saavedra, privándole del aparato teatral con que se envanecía, y de castigar con el oficial Duarte á los demás que lo adulaban, y que por adularlo le habían cerrado á él la puerta de la fiesta. Incitado así por el enojo y por el placer de desquitarse, tomó inmediatamente la pluma y redactó un proyecto de decreto, vigorosamente escrito, como todo lo que salía de su cabeza. Quería con esto aprovechar la indignación pública en los primeros momentos, y presentar su proyecto á la aprobación de la Junta. seguro de hacerlo pasar y de someter á Saavedra mismo á que lo firmase, por el influjo prepotente de su persona y de las ideas que había vertido en el papel”.
Núñez, también cuenta cómo reaccionó Moreno al enterarse del escándalo, por labios de sus amigos, que fueron a visitarlo esa misma noche, con la novedad: “Esta noticia, de cuya exactitud y veracidad no pudo dudar el Dr. Moreno, hizo una explosión en su ánimo prevenido; y por resultado de sus profundas meditaciones en esta misma noche, se presentó al día siguiente en la Sala del despacho con un proyecto de decreto que despojaba al Presidente de todos los honores virreinales y desterraba para toda la vida al Capitán de Húsares que había saludado al nuevo Emperador: ya se ha dicho: el Presidente era solo, y enteramente nulo en el despacho; pero aún cuando no lo era del despacho, no se animó á resistir el proyecto de decreto. Recibió la estocada con serenidad, y la autorizó con su firma como los demás vocales”.
Efectivamente, el 6 de diciembre, en la siguiente reunión de la Junta, Moreno puso el grito en el cielo y defenestró a Saavedra. En esa misma sesión hizo aprobar su famoso “Decreto de Supresión de Honores”, que eliminaba los privilegios y homenajes que, como sucesor del Virrey, hasta entonces se le brindaban al Presidente de la Junta; poniéndolo en igualdad de condiciones con los demás vocales, ”sin más diferencia que el orden de los asientos”; y se desterró al oficial autor del polémico brindis, porque “un habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener expresiones contra la libertad de su país”.
Juan Pablo Bustos Thames
Ingeniero, abogado e historiador tucumano