Dejó de ducharse hace años: sus conclusiones

Publicado el: 17 agosto, 2020

Médico y periodista estadounidense nacido en Indiana en octubre de 1982. James Hamblin es especializado en salud pública, y escribe artículos en el periódico The Atlantic.

Público un libro llamado “Limpio: la nueva ciencia de la piel”, que generó mucha polémico por su contenido y una confesión que realmente llamo mucho la atención:

 

El hombre reconoce que dejó de ducharse hace un año, información que seguramente provocó mucha controversia, lo cual en el mundillo editorial suele ser genial para las ventas.

No es que Hamblin le haya tomado alergia al agua. Sigue aplicándosela de vez en cuando sobre la cabeza, pero ha renunciado al uso del champús, acondicionadores, lociones humectantes, y toda esa pléyade variopinta de productos higiénicos que se pueden encontrar en las estanterías de los supermercados.

¿La razón? Hamblin cree que cuando frotamos una esponja untada en jabón a nuestra piel grasienta, estamos destruyendo un universo microbiano interdependiente (o bioma) presente en la superficie de nuestra piel. En sus propias palabras:

 

“Cuando nos limpiamos, como mínimo estamos alterando temporalmente las poblaciones microscópicas, ya sea eliminándolas o alterando los recursos de los que disponen”.

En otras palabras, la higiene bloquea una de las mejores estrategias con las que la evolución nos ha dotado para protegernos de las enfermedades y para mantener alejados a los patógenos invasores.

 

En su libro, Hamblin hace un recorrido histórico por los orígenes de nuestro culto a la limpieza. En su opinión, el movimiento “lo limpio es bueno” comenzó hace siglos, con la llegada de la Peste Negra y otras plagas. En aquellos tiempos, el grado de limpieza de una persona podía tomarse como un indicador de su peligrosidad, de modo que los indicadores higiénicos se convirtieron en señal de estatus: “cuánto más a menudo se lavara uno, mejor”.

 

El movimiento (siempre según el autor) llegó al nivel más alto el siglo XX, tras el descubrimiento de que los productos de limpieza ayudaban a detener la expansión de las enfermedades. Sin embargo, lo que los acaparadores de jabón pasaron por alto es que al eliminar a nuestro tapete de microbios simbióticos, nos hacemos más vulnerables a otras enfermedades inesperadas.

 

El tratamiento típico para el eczema por ejemplo, incluye antibióticos tópicos, limpiadores y medicamentos que reducen la respuesta inmunitaria, lo cual según algunos investigadores podría empeorar la afección a largo plazo. Esta observación se alinea además con otra, que establece que los niños criados en entornos altamente desinfectados son más propensos a desarrollar alergias, que otros criados (por ejemplo) en las granjas Amish, donde cualquier avance tecnológico está prohibido por su religión.

 

Existen trabajos científicos que demuestran esta última relación. Parece que limpiar de forma agresiva la película microbiana del cuerpo, hace que el sistema inmunológico inexperto de los niños reaccione con fuerza. En ocasiones esta sobrerreacción produce lo que los inmunólogos llaman una “marcha atópica”, en la que una enfermedad alérgica como la antes citada eczema, conduce a otra (como la fiebre del heno) seguida luego de otra alergia (del tipo alimentaria por ejemplo) y otra más, en una “marcha” sin fin.

 

Por ello, para el autor de este libro, atacar el microbioma de la piel con jabón podría compararse a dejar entrar a esa persona indeseable que intenta colarse en una fiesta privada, donde solo hay espacio para una cantidad dada de invitados formales. La idea es conservar los microbios buenos dentro la fiesta, para así dejar menos espacio a los alborotadores que están deseando enfangar la casa.

 

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