En medio del fuerte operativo de seguridad que se desarrolló en los Tribunales de Río Cuarto, y más de 15 años después del femicidio, comenzó, finalmente, el juicio por el crimen de Nora Dalmasso. Su viudo, Marcelo Macarrón, único acusado, sentado en el banquillo como instigador del asesinato, prometió declarar este martes ante los tres jueces técnicos y los ocho jurados populares que resolverán si es culpable o inocente del asesinato ocurrido en su casa del country Villa Golf Club, de Río Cuarto. En la primera audiencia se le leyó la acusación del fiscal Luis Pizarro, que ahora deberá sostener -o no- el fiscal de Cámara, Julio Rivero. La causa no tiene querellantes particulares. La jornada de arranque se extendió durante más de cinco horas.
Macarrón llegó acompañado de sus dos hijos, Facundo y Valentina, que viajaron desde el exterior, especialmente para acompañar a su padre, de cuya inocencia no dudan ni un ápice. Él sigue viviendo en la misma casa donde, el 15 de noviembre de 2006, fue encontrado el cadáver de su esposa, apenas cubierto con una bata de noche, y con el lazo en el cuello. El acusado -quien dijo que vive “con mucha angustia” y “ansiedad” estos momentos- calificó de “mamarracho” la labor del fiscal Pizarro, que lo acusó de “homicidio calificado por el vínculo, alevosía y precio o promesa remuneratoria.
“Estamos acá para reivindicarnos”, planteó Valentina, mientras que su hermano -quien estuvo imputado como presunto asesino y quedó desvinculado en 2012 de la causa- señaló que será “responsabilidad” de Pizarro que el crimen, finalmente, quede impune. Es que, excepto para Macarrón, la causa ya prescribió, por lo que si mañana el autor material del crimen -nunca identificado- gritara públicamente que él mató a Nora Dalmasso, la Justicia no podría acusarlo.
Cuando terminó la audiencia, Macarrón y sus hijos salieron por una puerta trasera del Polo Judicial, sin dar declaraciones a la prensa. Al traumatólogo lo esperaban varias damas que lo rodearon y abrazaron para darle ánimo, después de una jornada dura.
En el pedido de elevación a juicio que hizo Pizarro -y al que no se opuso la defensa- se dejó de lado la principal pista del crimen, la genética. Las diversas pruebas de ADN marcaban la presencia de “linaje Macarrón” en el líquido seminal hallado en el cuerpo exánime de Dalmasso. Eso, teóricamente, situaba al viudo en la escena del crimen. Pero para la acusación, probarlo sería una tarea ciclópea: el fin de semana del crimen, el marido de la víctima había viajado a Punta del Este, donde jugó, y ganó, un torneo de golf para aficionados.
Calificadas fuentes judiciales confiaron a LA NACION que el fiscal de Cámara Rivero no cambiaría los ejes de la acusación de Pizarro. Podría hacerlo si quisiera, de la misma manera que podría no acusar al final del proceso.
Los rastros genéticos fueron de los que se valió, en marzo de 2016, el fiscal Daniel Miralles, para acusar al viudo de homicidio calificado por el vínculo. Pero cuando Pizarro se hizo cargo de la causa modificó la hipótesis y consideró que el viudo había contratado a un sicario para que matara a su esposa mientras él jugaba un torneo de golf en Punta del Este.
Aquel planteo de Miralles no cerraba respecto de cómo podía haber hecho Macarrón para viajar en un avión privado desde Punta del Este a Río Cuarto durante la madrugada -cuando se despidió de sus amigos y les dijo que se iría a dormir a su cuarto de hotel-, matar a su esposa y regresar a Uruguay. Todo en una franja horaria de unas siete horas, entre la cena y el desayuno.
En la acusación, Pizarro abandonó las pruebas genéticas porque -según escribió en el expediente- “no hubo hallazgo de semen en ninguna de las evidencias recolectadas y analizadas, y el perfil genético masculino hallado en algunas de las evidencias resultó luego de pruebas o técnicas más específicas, de alta sensibilidad, y lo fue en escasa cantidad o bajo número de copias”.
Enumeró que, luego de sometidas las evidencias a pruebas de mayor precisión, “y hallado ADN masculino en algunas de ellas, se advirtió y aclaró el problema de contaminación que traía aparejado este tipo de pruebas de mayor sensibilidad”. En otro punto, sostuvo que “finalmente, se acreditó –con la prueba del lavado de prendas en lavarropas- que la contaminación era posible por transferencia”.
Básicamente, el fiscal Pizarro concluyó que había material genético, pero no era suficiente ni apto para una identificación a partir de un peritaje de ADN.
A partir de eso, optó por reconstruir el camino del presunto crimen por encargo. Sostuvo: “Macarrón mantenía ‘desavenencias’ con su esposa. Sabía que en la casa no iba a haber nadie. Le habría dado un juego de llaves de la casa al asesino y, en la fecha elegida, viajó a Punta del Este a disputar un torneo de golf para despejar cualquier posibilidad de sospecha sobre su persona”.
“Así, mientras Marcelo Macarrón se encontraba en Uruguay entre las 20 del día 24 de noviembre de 2006 y antes de las 3.15 del 25 de noviembre, al menos una persona se hizo presente en el domicilio de calle 5 número 627, de Villa Golf, ingresó con una de las llaves de acceso y se escondió en el interior a la espera de que llegara Nora Dalmasso”, describió el fiscal.
En otro tramo de su requerimiento de elevación a juicio, Pizarro planteó que, alrededor de las 3.15, “el homicida aprovechó la indefensión de la víctima, aguardó que hiciera la rutina previa a su descanso y la abordó cuando dormía en la habitación de su hija, ubicada en la planta alta de la vivienda”.
En esa línea sostuvo que, cumpliendo con el “plan delictivo” acordado con Macarrón “y sus adláteres, la tomó del cuello, ejerciendo una fuerte presión con sus manos, anulando así toda posibilidad de defensa. Acto seguido, utilizó el cinto de toalla de la bata y realizó un doble lazo alrededor del cuello, ocasionando la muerte por asfixia mecánica”. Sostuvo que, como parte del “plan criminal”, acomodó la escena “con la finalidad de simular un hecho de índole sexual, tras lo cual se retiró sin dejar rastro”.
En el dictamen, el fiscal no hizo referencia a que Dalmasso tenía signos claros de actividad sexual reciente. Ni siquiera especuló si esas relaciones pudieron haber sido con otro hombre que no fuese Macarrón. Ella les había pedido a las amigas con las que cenó -”las congresistas”, se hacían llamar- que no la molestaran durante todo el fin de semana. Tampoco hay mención al hecho -al menos “raro”- de que la mujer haya sido atacada en el dormitorio de su hija, que estaba de viaje de estudios en los Estados Unidos, y no en el cuarto matrimonial o en otro sector de la casa.
Fuente: La Nación