Los científicos aún investigan por qué hay personas que entran en contacto con un caso positivo y desarrollan la enfermedad, y otras no. La carga viral, los síntomas, y el tiempo y las características de la exposición serían factores clave
El nuevo coronavirus, en muchos sentidos, ha demostrado ser una enfermedad de incertidumbre. Las “lagunas del conocimiento”, pueden ser una buena síntesis para señalar cierto empantanamiento de la ciencia mundial actual, no a la hora de producir novedad científica para cercar al COVID-19; sino al momento de explicarse a sí misma.
Como el de muchas otras enfermedades infecciosas, uno de los tantos misterios del COVID-19 es por qué hay personas que entran en contacto con un caso positivo y adquieren la enfermedad, y otras que no la desarrollan.
Como regla general, cuanto mayor es la exposición de una persona a un virus, mayores son las posibilidades de infección y peores los síntomas, hasta cierto punto. Con el coronavirus, la cantidad de partículas, la forma en que se transmiten y el tipo de célula humana con la que se encuentran es probable que sean clave.
En este contexto, en diálogo con Infobae, el infectólogo Lautaro de Vedia, ex presidente de la Sociedad Argentina de Infectología, explicó: “Hay muchos factores que influyen en la contagiosidad. Por un lado están los factores vinculados con el germen y por otro, aquellos vinculados con la persona infectada. Dentro de los primeros tenemos dos elementos: la cantidad de virus a las cuales se expone una persona y el tiempo que lo hace. Y dentro de los segundos, el estatus inmunológico de la persona sin COVID-19″.
Los especialistas aseguran que, en principio, influiría la carga viral del caso índice, qué tan sintomática es esa persona (alguien con tos transmitiría más que alguien sin tos), y a su vez el tiempo y las características de la exposición (no es lo mismo dormir bajo el mismo techo que una persona infectada que cruzarse en la calle).
Según un reciente estudio publicado en Research Square, los epidemiólogos Dillon C. Adam and Benjamin J. Cowling de la Universidad de Hong Kong consignaron que el 20 por ciento de los casos de COVID-19 representaron el 80 por ciento de las transmisiones. Allí nace y adquiere dimensión el concepto de los supercontagiosos.
Entre lo más relevante del estudio Clustering and superspreading potential of severe acute respiratory syndrome coronavirus 2 (SARS-CoV-2) infections in Hong Kong realizado por este equipo de científicos fue incorporar al análisis del comportamiento del coronavirus dos cifras poco atendidas: el R0 (R-cero ) y el K del SARS-CoV-2, dos factores clave para controlar la propagación de la COVID-19 (su Talón de Aquiles).
El R0 se trata del número promedio de personas a las que una persona infectada transmite un nuevo virus cuando no se han tomado medidas para contenerlo. Se cree que el R0 de este coronavirus oscila entre 2 y 3; una epidemia se frena cuando esa cifra cae por debajo de 1, la tasa de reemplazo. Pero esa cifra tiene limitaciones: no transmite el amplio rango entre la cantidad de personas infectadas que transmiten el virus y lo poco que hacen otras personas.
Adam y Cowling en su estudio -que publicó la semana pasada The New York Times- precisaron ahora sobre otro factor importante, el K: “Esta es la razón por la cual los epidemiólogos también observan el factor de dispersión de un virus, conocido como ‘K’, que captura ese rango y, por lo tanto, también el potencial de eventos de superación”.
Todo esto favorecería eventos “supercontagiadores”, desde una reunión religiosa, como se registró en Corea del Sur, hasta los frigoríficos norteamericanos, o los casamientos y funerales que favorecieron la aparición de brotes. De acuerdo con las evidencias registradas hasta el momento, un motor importante de esta epidemia podrían ser estas reuniones.
La confluencia de muchas personas en entornos cerrados, en contacto permanente durante mucho tiempo son el caldo de cultivo ideal. A comienzos de este año, Julien Riou y Christian Althaus de la Universidad de Berna, en la ciudad capital de Suiza, se propusieron investigar en qué espacios es más factible que se desarrollen los contagios de grupo de COVID-19. “Claramente, existe un riesgo mucho mayor en espacios cerrados que en el aire libre”, advirtieron.
Investigadores en China que estudian la propagación del coronavirus fuera de la provincia de Hubei, zona cero para la pandemia, identificaron 318 grupos de tres o más casos entre el 4 de enero y el 11 de febrero, de los cuales solo uno se originó al aire libre.
Además, un estudio en Japón determinó que el riesgo de infección en interiores es casi 19 veces mayor que en exteriores. Japón, en efecto, que fue afectado de forma temprana por el coronavirus pero que logró mantenerlo bajo control construyó su estrategia explícitamente en torno a evitar las aglomeraciones, aconsejando a los ciudadanos que eviten espacios cerrados y condiciones de hacinamiento.
El tiempo también juega un papel en el contagio de coronavirus. Las evidencias que manejan los científicos sugieren que los pacientes con COVID-19 son muy infecciosos por un corto período de tiempo. “Entrar en un entorno de alto riesgo en ese período puede desencadenar un evento de superpropagación, dijo Adam Kucharski de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (LSHTM); mientras que “dos días después, esa persona podría comportarse de la misma manera y no habría el mismo resultado”.
Consultada por este medio la médica infectóloga Isabel Cassetti, directora de Helios Salud, indicó: “La mayor contagiosidad se da con el inicio de los síntomas. Además, es importante aclarar que esa persona puede contagiar desde 24 a 48 horas antes de tener los síntomas, eso es a lo que se llama el período presintomático y en general, porque es variable, el contagio disminuye a partir del décimo día en adelante. Esto es lo que se ha visto en los estudios con la medición de la carga viral del SARS-COV-2, es decir cantidad de virus en la vía respiratoria”.
Para el doctor Edgardo Bottaro, médico infectólogo, coordinador médico de Helios Salud, “el tiempo de exposición de alguien sin COVID-19 a alguien con COVID-19 es importante al punto tal que la definición de ‘contacto estrecho’ requiere que el tiempo de exposición sea mayor a 15 minutos. Al mismo tiempo, existe diferente contagiosidad según el momento clínico del paciente. Posiblemente los primeros días de la enfermedad sean los de más contagiosidad”.
“En infectología usamos un término muy frecuentemente que es el ‘inóculo’, es decir la cantidad de microorganismos, virus y bacterias que son necesarias para que se produzca una infección. Tenemos enfermedades o microorganismos que con un inóculo bajo ya la persona se enferma. Y otras que necesitan de uno mucho más alto para producir enfermedad. En el caso del coronavirus, es muy distinto si uno recibe un número bajo de microorganismos a un número alto”, sostuvo en diálogo con Infobae la médica infectóloga Cristina Freuler, jefa del Departamento de Medicina Interna del Hospital Alemán.
Y añadió: “Si la persona se encuentra atravesando los primeros días de enfermedad, sabemos que en ese momento tiene mucha carga viral y por lo tanto va a ser mucho más fácil contagiarse de ella que de aquella que tenga una carga viral muy baja. Con el tiempo de exposición sucede lo mismo: cuanto más tiempo estoy con alguien infectado más cantidad de virus voy incorporando en mi organismo y al final este va a estar afectado”.
“Puede haber muchos virus pero muy poco tiempo. Si una persona con coronavirus pasa caminando por al lado mío y yo apenas lo cruzo, casi que no hay riesgo. Se estima que tiene que haber un tiempo mínimo de exposición que se ha definido como de quince minutos, aunque esto es arbitrario. Y después está la carga de virus, la cantidad, no es o mismo la cantidad de virus que elimina una persona sin síntomas al respirar que lo que elimina una persona al toser o estornudar y por su puesto la distancia”, manifestó de Vedia.
Igual de importantes son los que están en el otro extremo del espectro: personas que se contagian, pero que es poco probable que propaguen la infección. Distinguir entre los que son más y menos susceptibles de infectar a los demás podría marcar una enorme diferencia en la facilidad y la rapidez con que se contiene un brote, explicó Jon Zelner, epidemiólogo de la Universidad de Michigan. Si la persona infectada es un superpropagador, el rastreo de contactos es especialmente importante. Pero si la persona infectada es lo opuesto, alguien que por cualquier razón no transmite el virus, el rastreo de contactos puede ser un esfuerzo inútil.
Los países que han logrado controlar el virus deben estar especialmente atentos a los eventos de superpropagación, ya que podrían dar marcha atrás fácilmente con los resultados obtenidos con tanto esfuerzo. Es lo que sucedió en Corea del Sur durante el desconfinamiento: un hombre que después fue confirmado por coronavirus fue responsable de hasta 170 nuevos contagios tras visitar varios clubes nocturnos durante una noche.