José María Sinhg, luchó en la primera línea de la pandemia contra el Covid hasta tal punto en que se llegó a contagiar. Hoy, sus amigos y familiares, compañeros de guardia y del escenario, lloran el adiós.
Tenía 50 años y toda una juventud y viveza por delante. Amaba la música, en especial la cumbia y los cuartetos. “Venía de tocar toda la noche con Don Carlos y recibía la guardia a la mañana. Era un vago que no tenía un mal día. Ojo, no digo esto porque ya ha fallecido, yo a esto se lo dije a él. Yo le dije que era mi ídolo; era más conocido que la ruda macho y era un capo. Me hubiera gustado tener la mitad de la vida que él tuvo. Ha vivido la vida al 100%, no le ha faltado nada. Era alguien como para juntarte a comer un asado un sábado y que termine el lunes de la cantidad de anécdotas que tenía”, recordó Abel Arnedo, uno de sus compañeros en el sanatorio.
Abel, quien trabajó dos años a la par de José María y compartió largas guardias con él. “Él no tenía la necesidad de volver a trabajar como enfermero, pero lo mismo iba, le gustaba mucho la profesión. Esto es algo con lo que se nace y que, si no te gusta, no lo podes hacer… Es pura vocación. Nosotros, los enfermeros, somos el ultimo escalafón de la salud. Si algo sale mal, es culpa de nosotros, pero, si sale bien, es todo mérito del médico. José María era un león. Les levantaba el ánimo a los pacientes, esos chistes y bromas que les hacía les cambiaba el día a los pacientes. Eso es algo que, si no lo hacemos nosotros, no lo hace nadie. Si no somos así caemos en la depresión”.
Según cuentan sus compañeros, José María sufría de asma, sin embargo, nunca faltó a su trabajo en el sanatorio a pesar de encontrarse dentro de la población de riesgo. Si bien, como personal de salud, ya había recibido las dos dosis de la vacuna, el virus fue implacable con su organismo. “La última guardia que hizo estuvo conmigo y me comentaba que le dolía mucho la cabeza, que tenía como una alergia. A los días le salió el hisopado positivo y el 25 de mayo ya se fue a internar. A los cuatros días, le pusieron el respirador y a la semana le hicieron la traqueotomía. Me acuerdo que ese día lo he notado cabizbajo. No es que no le tenía miedo al virus, él tenía la posibilidad de pedir licencia porque era asmático, pero amaba mucho lo que hacía”.
Cuando José María cayó enfermo sus propios compañeros se convirtieron en sus cuidadores. “Nosotros le hablábamos todo el tiempo, le poníamos música, los enganchados de cuartetos que le gustaban… Pensábamos que iba a salir, pero Dios no quiso y pasó lo que tuvo que pasar. Este es un golpe bajo para nosotros los compañeros. Esta es una enfermedad que no discrimina a nadie. Ahora la tomamos con más respeto del que ya le teníamos. Al virus lo vemos todos los días y esta vez nos tocó a nosotros”, comenta Abel quien aprovecha para mandarle las condolencias a la familia de parte de todos sus compañeros de trabajo. “Hay miedo porque uno arriesga todo y no sabés si volvés o no a tu casa o si llevás el virus a tu casa. Con esto, el miedo ahora se acrecentó más en nosotros”, reflexiona Belén, una compañera.
El enfermero de la cumbia se definía como medio melancólico y medio bohemio. Su papá y su mamá fallecieron muy temprano, cuando él era apenas un adolescente, y eso lo obligó a criarse prácticamente solo.
Con Don Carlos, uno de los mayores íconos de la cumbia tucumana. hacía más de cinco años que compartía escenario. Aprendió a tocar el bajo a los 18 años gracias a las enseñanzas de otro de los grandes maestros que el género tuvo en estos lares: Miguel Ángel Vielmetti. “Me he dado el gusto de tocar con los más grandes”, decía en una nota en la que recordaba la edad dorada de nuestra cumbia. “Esa era una cumbia aguerrida, para tocar a la par de esos viejos había que transpirar la camiseta. El músico tucumano siempre ha tocado en vivo, no con secuencia, eso nos distingue: el músico tucumano transpira la camiseta”, definía entonces. El Tucumano