Ana Reales tenía siete hijos. Tenía. El 24 de Marzo de 2016 dos policías le dispararon a Miguel Reyes, uno de sus cuatro hijos varones, a metros de la casilla familiar. El muchacho de 25 años se desplomó en el pasillo angosto y fue ultimado de un culatazo. Veintitrés días después, el 16 de enero, Miguel murió en la sala de terapia intensiva de un sanatorio.
A partir de ese momento, Ana -acompañada por los abogados de la ONG Andhes- comenzó el peregrinaje por los pasillos de tribunales, empujando una causa penal contra los agentes de Patrulla Motorizada que le dispararon a su hijo. Una causa que aún no tiene fecha de juicio. En paralelo, continuó con la venta de frutas y verduras en la feria de la Banda del Río Salí, la actividad económica con la que sostiene a su numerosa familia.
Pero un día de 2018 Ana tomó una decisión trascendental. Su hijo Miguel había sido víctima del consumo problemático de drogas desde pequeño y su realidad era la misma que la de cientos de chicos y chicas del barrio. Ante la pobreza y el avance del narcomenudeo, decidió hacer algo. Y puso un merendero en su casa, en el patio, para darle de comer a los niños del San Cayetano.
El merendero “Miguel Reyes” nació como una propuesta de organización colectiva para dar una respuesta a la demanda de los vecinos que no pueden garantizarle a sus hijos las cuatro comidas. Ana y sus hijas comenzaron sirviendo una merienda diaria, y hoy también ofrecen un almuerzo dos veces por semana, cuando hay algo para cocinar.
En los primeros días, algunos niños de las casas cercanas tomaban mate cocido con tortillas, pero la demanda de alimentos en el barrio hizo que cada vez fueran más chicos a tomar su merienda, y así llegó un día en que tuvo que poner sábanas en el piso porque en los mesones ya no quedaba ni un pedacito para sentarse.
Ahora, Ana se enfrenta a un nuevo desafío: sostener el funcionamiento del merendero en plena cuarentena. Ahora más que nunca, ya que las familias no pueden trabajar por el aislamiento obligatorio.
El decreto presidencial que establece la cuarentena en todo el territorio nacional entró el vigencia el 20 de marzo y el presidente Alberto Fernández anunció ayer la extensión de la medida hasta el 13 de abril.
Si bien se garantizó el pago de los sueldos para los trabajadores registrados, la situación se volvió crítica en los barrios populares, donde los vecinos y las vecinas son trabajadores informales que no pueden salir a la calle a trabajar.
“Los vecinos de aquí son changarines, feriantes y vendedores ambulantes que trabajan para el día a día. Yo vendo frutas y verduras en la feria de la Banda, y como ahora cerraron por esto de la cuarentena tengo que vender en la puerta de mi casa para poder pucherear”, se lamenta Ana. Cuando comenzó a regir el aislamiento obligatorio, puso los mesones que utiliza por la tarde para el merendero en la puerta de su casa – en el pasillo paralelo a la calle Belisario López 930- y vende allí frutas y verduras a precios populares.
¿Cómo funciona ahora el merendero con la medida de la cuarentena?, le preguntó este diario a Ana. “las madres de los chicos vienen a mi casa con una botella. Ahí se llevan mate cocido y también una tortillas, o pan, o lo que tenga para darles, y se lo llevan a sus casas, para que los chicos merienden ahí”, cuenta.
El problema, dice, es que la mayoría de las familias de la zona son numerosas, matrimonios con más de dos hijos. A eso hay que sumarle que los padres de los chicos no pueden salir a trabajar, porque sus actividades dependen del flujo de personas en la calle. La mayoría de las mujeres del barrio cobran la Asignación Universal por Hijo, que por el momento es el único ingreso que tienen los hogares. “Son gente del laburo día a día. Algunos limpian casas, cortan el pasto. Otras venden medias en la calle, y con esto de la cuarentena no pueden salir. Algunos vecinos van a los semáforos de las avenidas (Roca y Saenz Peña) a rebuscársela limpiando vidrios, pero la policía los corre como perros y los maltrata. Y nosotros no somos perros, somos seres humanos que queremos traer plata para hacerle un guiso a nuestros hijos”, zozobró.
Actualmente, el Merendero Miguel Reyes cuanta con alientos secos (arroz, pan, tortillas) que donan algunos almacenes del barrio y organizaciones sociales. Sin embargo, los recursos escasean por estos días y Ana confiesa que a veces no sabe de dónde sacar comida para darle a los chicos.
Por las noches, cuenta, se pasea por las pollerías y las panaderías de la zona para pedir menudos y pan que no se haya vendido en la jornada. Con eso, prepara la merienda y guisos de arroz con pollo dos veces por semana. La mayoría de las veces, el comedor popular Santos Discépolo se encarga de que no falten tortillas para la merienda, y Ana pone las verduras del puesto que improvisó en la puerta de su casa para preparar el guisado, y así sostener a todo el grupo familiar. Sin embargo, conseguir carne y leche se convirtió una tarea titánica. Aunque “hasta el día de hoy (por ayer, domingo) la merienda en el comedor no se ha interrumpido”, nos cuenta Ana con orgullo.