Yo tenía 17 años. Y tenía un novio. Era guapo, simpático, besaba como los dioses. Cuando cumplimos un mes de entusiasmos, él me regaló unas flores y una tarjeta con un gran “Muchas felisidades” (sic.) en tinta roja. Decía algo más, pero ya no llegué a leerlo. Calores, atragantamiento, pena ajena. Esa misma tarde corté con él. Mis amigas no entendieron nada pero para mí, ratón de biblioteca desde niña, era obvio: no concebía compartir mi vida (ok, mi boca) con alguien de ortografía tan lamentable.
La vida siguió
Pasaron los años. Varias veces me perdí por profesores de todo pelaje, aunque sólo uno me hizo caso. Sin embago, poco a poco fui dándome cuenta de que la inteligencia me resultaba terriblemente sexy. Qué rareza la mía. No me volvían loca los metrosexuales ni los machos ni los modelos de revista. En cambio, y contra todo pronóstico, me fascinaban los tipos agudos y entendidos, aunque no se asomaran por un gimnasio ni entendieran de moda.
Hoy tengo claro que lo que más me atrae de un hombre es la masa ence-fálica, es decir, el cerebro vibrante (y luego, claro, el complemento de otro órgano). Ante un individuo lúcido, que me estimula intelectualmente, puedo perder la cabeza en segundos, sin importar su físico ni mucho menos su código postal.
He tenido espléndidas relaciones de pareja con tipos que mi hija define elegantemente como no-guapos. Ah, pero qué inteligentes. Mi historia actual, sin etiquetas pero para dar brincos de gusto, tiene como muso a un hombre brillante, al que admiro como la niña al trapecista del circo. Además, con él me río una barbaridad, porque la gente genial suele ser divertida. ¿Y lo guapo? Bueno, eso es el plus.
Eso tiene un nombre
Ahora me entero que esta debilidad tiene nombre de medicina. El término sapiosexual se refiere a la persona que siente excitación erótica por el cerebro de otra; es decir, por sus neuronas. Encuentro que no forzosamente implica relaciones informales: “Se trata de gente que no se guía por cuestiones físicas o de otra índole. Valora en la elección la inteligencia y siente por ello excitación sexual. Pese a ello, no tiene que ser necesariamente para tener relaciones sexuales casuales, sino que se orienta más a una elección a largo plazo”, explica Mirren Larrazabal, psicóloga clínica y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología. En otras palabras, para el sapiosexual una mente inquisitiva y aguda representa el mayor afrodisiaco, tanto para una aventura de una noche como para un proyecto de vida conjunto.
Esta condición, además, suele presentarse más entre el género femenino. “Los hombres y las mujeres tienen cerebros distintos y mientras el sexo masculino se estimula más con la vista, el femenino necesita de otros estímulos”, asegura la sexóloga y doctora en psicología Emma Ribas. Mientras que la psiquiatra Anjali Chhabria amplía un el concepto y abunda en su origen. Dice que esta novedad obedece a la evolución de las relaciones humanas, pues si bien tradicionalmente las mujeres buscaban la protección de un novio o esposo, ahora que destacan en la esfera profesional les atraen otros rasgos, entre ellos, la inteligencia.
En efecto, aunque me gusta sentirme cuidada, no es lo primero que busco en una relación. Me seducen mucho más la curiosidad, el reto y la sorpresa cotidiana, el hecho de que mi pareja me abra ventanas a mundos distintos. Encima está el coqueteo, el juego de sutilezas que prende las ganas y, por supuesto, no paso por alto que el mayor órgano sexual es el cerebro, con lo que suele ocurrir que una espléndida relación intelectual termina en una similar comunicación horizontal.
Aceptación
Ok, soy sapiosexual, pero ¿qué tanto? Hay muchos hombres notables y no de todos me enamoro. Para mí, una mente destacada pierde todo atractivo si el dueño de esas neuronas se toma demasiado en serio, si sólo habla de temas hondos, con voz engolada y mirada en lontananza. Como dice un verso del poeta Hugo Gutiérrez Vega: “Me enferman los enfermos de importancia”. O sea que, además de inteligente, me gusta un hombre aterrizado, sensible, con el que pueda tener una conversación seria pero también jugar como adolescente y que adicionalmente sea bueno en la cama. Empiezo a pensar que no soy sapiosexual, sino más bien exigente; digamos que quiero todo. Insisto, cada quien sus excentricidades.
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Fuente: Univision