A los 84 años, y sin perder en ningún momento la curiosidad crítica, murió este viernes en Milán el escritor, filósofo y semiólogo italiano Umberto Eco. La noticia fue comunicada al diario italiano La Repubblica por la familia, que falleció a las 22.30 en su casa. El autor de obras imprescindibles como El nombre de la rosa, en 1980, o El péndulo de Foucault, en 1988, había nacido en Alessandría el 5 de enero de 1932. La última de las obras de su fecunda carrera como autor de novelas de éxito y ensayo de semiótica, estética medieval o filosofía, fue Año Cero, una mirada crítica del gran experto de la comunicación sobre una crisis del periodismo que, según advertía, empezó “en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión”.
“Hasta entonces”, contaba en una entrevista de Juan Cruz publicada por EL PAIS, el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della Sera, Le Soir, La Tarde, Evening Standard… Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya sabías. Y ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?”. Esa era la duda –la curiosidad vestida de pesimismo—que lo llevó a publicar su último libro y a mantener su mirada despierta hacia todo lo que ocurría a su alrededor. La trama de Año Cero está ambientada en 1992, un año clave de la historia italiana por el caso Tangentopolis, y se desarrolla en la redacción de un periódico en ciernes donde confluyen todas las plagas que golpeaban el país: la logia masónica P2, las Brigadas Rojas, el fin de una era y la aparición de otra –con Silvio Berlusconi a punto de saltar al escenario—que desvaneció muchas esperanzas hasta convertirse en la Italia desorientada de hoy. Todo ello lo miró, lo analizó y lo escribió Umberto Eco.
Tras difundir la noticia de su fallecimiento –pocas veces la expresión Italia está de luto ha tenido tanto sentido–, el diario La Repubblica colgó en su web un titular que resume muy bien la personalidad de Eco y el respeto, casi unánime, que despertaba en Italia: “Muere Umberto Eco, el hombre que sabía todo”. Como destacaba el diario Il Corriere della Sera, Eco ha sido una presencia constante e imprescindible de la vida cultural italiana del último medio siglo, pero su fama, a nivel mundial, se debe al extraordinario éxito de El nombre de la Rosa, unbestseller traducido en todo el mundo y del que se vendieron millones de copias. “Recorrer la vida y la carrera de Umberto Eco”, explica el diario de Milán, “significa también reconstruir un pedazo importante de nuestra historia cultural”.
La vida académica de Eco se inició en 1954 en Turín. Aquel año se doctoró en Filosofía, pero también participó en un concurso de la RAI –la televisión pública italiana—que venció y que lo convirtió en compañero del periodista Furio Colombo y del fílosofo Gianni Vattimo en su aventura televisiva, siempre ligada al mundo de la cultura. Durante los años sesenta trabajó como profesor agregado de Estética en las universidades de Turín y Milán y participó en el “Grupo 63” publicando ensayos sobre arte contemporáneo, cultura de masas y medios de comunicación. Entre estos ensayos los más conocidos son “Apocalípticos e integrados” y “Opera aperta”. El semiólogo milanés también fue durante años catedrático de Filosofía de la Universidad de Bolonia, en la que puso en marcha la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, conocida como la Superescuela, porque su objetiva es difundir la cultura internacional entre licenciados con un alto nivel de conocimientos. También fue fundador de la Asociación Nacional de Semiótica, de la que continuaba siendo su secretario.
Entre los innumerables premios que ha recibido a lo largo de su carrera se encuentra el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. En 1998 entró además aformar parte de la Academia Europea de Yuste y es miembro del Foro de Sabios de la Unesco. Además de sus obras más conocidas, Eco tiene publicados otros trabajos como Segundo diario mínimo (1992), Los límites de la interpretación (1992), La isla del día antes (1994) y Kant y el ornitorrinco, entre otras.
Fuente: El Pais