César Soto impreciso: Las contradicciones del novio de Paulina

Publicado el: 6 marzo, 2018

Por Mariana Romero-César Soto perdió a su mujer y madre de su hija el 26 de febrero de 2006. Sin embargo, asegura que muchos detalles de esos días se le borraron de la mente y por eso incurrió en más contradicciones que coherencias en el testimonio que brindó en el juicio que se sigue por la muerte de Paulina Lebbos. Tantas fueron las discordancias que el tribunal le advirtió severamente en varias oportunidades sobre los riesgos del falso testimonio.

Declaró en calidad de testigo este lunes, durante más de siete horas, sobre su relación con Paulina y la hija de ambos, Victoria, las horas de su desaparición, los días que siguieron hasta el hallazgo del cuerpo y los 12 años que transcurrieron después. Para prácticamente ninguno de estos hechos dio una sola versión.

“No podría precisarlo”, “no recuerdo” y “puede ser” fueron las frases que más veces pronunció, agregando que estaba nervioso, que habían pasado muchos años del crimen y que la experiencia había sido traumática. Hoy, con 36 años y padre dos hijos –además de Victoria-, se presentó como desempleado y sólo puso énfasis a sus declaraciones cuando le tocó hablar de su equipo de fútbol y de sus vecinos. “No soy simpatizante, soy hincha fanático de mi equipo, el Club Atlético Tucumán”, aclaró. Negó rotundamente además que el hombre que vivía en el departamento de arriba del suyo, Jorge Jiménez o su padre, hayan acosado a Paulina, puesto que dice conocerlos muy bien de toda la vida y tener una relación casi familiar. El resto de las respuestas osciló entre olvidos y contradicciones múltiples.

Dijo, entre otras cosas, que tenía interés en que se resuelva el caso para poder continuar con su vida, puesto que a raíz de su exposición fue discriminado y hasta el día de hoy no puede conseguir un empleo estable. “Este caso ha sido tan renombrado, muy perjuicioso (sic) para mí. Ahora estaba trabajando y el viernes me han despedido”, contó al comienzo de su declaración. También dijo haberse sentido muy preocupado con la desaparición de su mujer y sumamente dolido por no haber podido criar a su hija. Sin embargo, esa aflicción hizo agua a poco de comenzar a relatar cómo vivió los hechos y ninguna de las partes (demanda, defensa y tribunal) parecen haberle creído del todo.

La relación con Paulina
Soto comenzó declarando que tenía una relación “hermosa” con la víctima, que las discusiones que tenían eran propias de toda pareja y que jamás había llegado a la violencia física. Sin embargo, la Fiscalía le leyó una declaración que él mismo hizo en 2006, donde relataba que ella le había pegado una cachetada y él la tomó de los brazos y la tiró a la cama. Entonces, Soto dijo que era verdad, pero que ese había sido la única vez que llegó a las manos. Más tarde, le leyeron otra declaración en la que admitía que varias veces se dieron empujones y admitió que era verdad, aunque señaló que no eran acciones graves como para causarle daño. De hecho, el abogado Gustavo Carlino le pidió que le mostrara la intensidad de esos empujones y él los recreó con extrema suavidad.

Se conocieron en el año 2000 cuando él, con 19 años, comenzó primer año de la secundaria. Al poco tiempo, Paulina quedó embarazada y él dijo haber recibido la noticia con expectativa y felicidad. Contrario a lo que había declarado su madre, Nicolasa del Milagro Ruiz, explicó que no pudo acompañarla a los controles médicos porque su familia le prohibió verlo y que se comunicaban por cartas y mensajes que entregaban amigos en común. Aunque la mujer había testimoniado que la noche anterior al parto estuvieron juntos y Paulina bailó todo el tiempo, Soto declaró que el día del nacimiento de Victoria él ni siquiera sabía si ella estaba en la provincia. “Yo me enteré que mi hija nació después, a los dos días ella se pudo levantar de la cama y me avisó”, señaló.

El testigo fue consultado sobre su relación con su bebé y dijo que, desde que la conoció, vivió para darle todo lo que necesitase. Sin embargo, no la reconoció legalmente como hija sino hasta después de la muerte de Paulina. “Hicimos un acuerdo de que cuando ella entre al jardín yo la iba a reconocer para que aprenda a escribir su nombre bien”, explicó. Admitió haber tenido problemas de adicciones durante el primer año de la bebé, no haber terminado el secundario y no haber conseguido nunca un trabajo estable. Los dos primeros años de vida de Victoria la pareja vivió junto con la niña en la casa de Soto, pero luego ellas se mudaron a su casa materna para que Paulina pudiera continuar sus estudios. Pasaban los fines de semana juntos, destacó.

“¿Ella tenía una enfermedad?”, le preguntaron y él respondió que no recordaba. Le refrescaron que él había declarado que padecía esquizofrenia y entonces él dijo que sí, se ponía triste, nerviosa y le daban “como ataques de pánico”. “¿Usted sabe qué significa esquizofrenia?”, le consultaron. Él respondió que no. Y que no tenía ninguna otra enfermedad. “Usted vivió un año y medio con ella ¿no recuerda que usaba un paf (inhalador)?”, le cuestionaron y él respondió que sí, que lo usaba una vez por día pero él nunca supo qué enfermedad padecía: “debe ser un problema bronquial”, reflexionó.

Soto no sólo negó pertenecer a la barra de Atlético, también aseguró desconocer el significado de la palabra “barrabrava”. El presidente del Tribunal, Dante Ibáñez le recriminó que es una palabra de uso común, pero él dijo que sólo iba a ver los partidos. También admitió que pintaba banderas y negó haber tenido un problema con Gustavo “El Gordo” González (conocido hincha, miembro del clan Acevedo). Y no recordó que, el día de la desaparición de Paulina, el club de sus amores jugaba un clásico con su rival nato San Martín de Tucumán, pese a haberse –seguramente- cruzado con los hinchas cuando fue a su trabajo.

Uno de los puntos más oscuros tiene que ver con el celular del testigo. Él dijo que lo había vendido unos 20 días antes de la desaparición de Paulina porque necesitaba el dinero y que ella sabía que lo había hecho. Sin embargo, 12 años atrás había dicho que le había ocultado a su novia la venta. Pero lo inexplicable ocurrió cuando el fiscal Diego López Ávila le mostró los informes telefónicos que daban cuenta de que, desde su línea, se comunicó con su mujer hasta 48 horas antes de su desaparición e intercambiaron numerosos mensajes de texto. Soto, que había dicho que tras quedarse sin celular había guardado su chip en una repisa, explicó que quizás lo había utilizado en el teléfono de algún conocido para comunicarse con ella, aunque la cantidad de intercambios dieron cuenta de que no se trataba de contactos aislados sino permanentes. Ese chip nunca fue entregado a la Fiscalía que investigó la muerte de la joven porque él dijo que “no lo encontraba”. Se hicieron allanamientos, pero nunca pudieron dar con el chip para peritarlo.

La desaparición de Paulina
El testimonio de Soto hizo agua casi todo el tiempo al repasar las horas en que la joven fue vista por última vez. En la primera parte de su testimonio, dijo que Paulina lo había llamado por teléfono el sábado 25 de febrero para avisarle que le había ido bien en una materia que rindió y que saldría a festejar con sus compañeros a la noche. Luego –prosiguió-, pasaría a buscarlo de su trabajo (era mozo en el bar El Mago, en Santa Fe y Maipú) cerca de las 6 y juntos irían a dormir a la casa de él. Entonces se le leyó su propia declaración de 2006. En aquellos días, había dicho que Paulina  esa mañana no lo llamó por teléfono sino que fue a su casa, lo despertó, le contó de la materia que había aprobado, charlaron toda la mañana, al mediodía fueron a almorzar con unos vecinos y planearon salir juntos por la noche, aunque quedaron en definir detalles. Soto entonces dijo recordar que así había sido. Más tarde, se le hizo conocer otra declaración suya en la que afirmaba que él no tenía idea de que ella había salido con amigos y que le extrañaba que lo haga sin consultarle. Finalmente, señaló que el plan era que ella vaya a su casa o, en su defecto, a la casa de unos vecinos que vivían en el mismo edificio. Nunca pudo aclararse lo que ocurrió en realidad ese día.

Cerca de las 7, Soto se fue a trabajar. Paulina no lo buscó a la salida del bar en la madrugada del 26 de febrero, él no se preocupó y se fue a tomar una cerveza con sus compañeros. Volvió a su casa y vio que ella no había llegado, pero no intentó llamarla ni preguntó a nadie por ella. Tampoco fue a ver al vecino a donde ella –supuestamente- iría a dormir en caso de llegar antes que él. ¿Paulina tenía llave? Soto dijo que sí al principio, en otro momento dijo que no, porque se la había devuelto en una discusión.Luego, señaló que no recordaba. Se acostó a dormir. Por la mañana, antes del mediodía, llamó a la casa de Paulina y una hermana –no recuerda cuál- le dijo que dormía. Volvió, lavó su ropa y llamó de nuevo. ¿Cuántas veces? No lo supo precisar si fueron dos, cuatro o diez, no lo recuerda. En ninguna de esas conversaciones preguntó por su hija. A los abogados les llamó la atención ese dato, puesto que la niña tenía cinco años y ya debía estar preguntando por su madre, angustiada. Soto dice que no lo hizo porque le dijeron que la niña dormía. Tampoco recuerda en cuál de esas llamadas le avisaron que Paulina no estaba durmiendo en su habitación y que en realidad no había regresado a casa. Soto no realizó ninguna gestión por saber de su mujer: no fue a los hospitales, las comisarías ni llamó a ningún conocido. Ni ese día ni ningún otro. Se fue a trabajar. Cerca de las 11, su suegro, Alberto Lebbos lo fue a buscar al trabajo, lo hizo subir al auto y lo llevó a su casa para chequear, una vez más, si estaba su hija. Lo hizo que les pregunte a los vecinos. Lo dejó de nuevo en su trabajo. Soto terminó de trabajar, tomó unas cervezas con sus amigos y volvió a dormir. El defensor Gustavo Carlino le señaló que él había declarado en 2006 que antes, cerca de las 4, llamó a su suegra para saber si Paulina había vuelto. Él no lo recordó al principio pero después dijo que sí, que podía ser que lo haya hecho.

Soto tampoco salió a buscar a su mujer al día siguiente, ni en toda esa semana, ni lo hizo en los 13 días en que la joven estuvo desaparecida. Consultado sobre qué gestiones hizo en ese tiempo, dijo que intentó ir a algunas marchas pero una vez lo escupieron y lo trataron mal así que no volvió. También contó que intentó preguntarle a Virginia Mercado(la última persona conocida que vio con vida a Paulina) pero ella no quiso hablarle. En otra oportunidad fue a buscar a Lebbos a su trabajo en la casa de Gobierno para saber si había novedades.

El hallazgo del cuerpo
Soto dijo que se enteró de la aparición de un cadáver el mismo 11 de marzo por la noche, cuando un periodista –no recuerda si de La Gaceta- lo llamó por teléfono y le ofreció llevarlo al lugar al día siguiente. Más tarde, dijo que en realidad se enteró por la radio y la televisión. Consultado sobre dónde estaba cuando recibió la noticia, dijo que en su casa y después volvió a verla en el trabajo. Los tiempos no cierran, porque Soto salía de su casa al trabajo cerca de las 18 y, a esa hora, no estaba enterado ni el fiscal. Tampoco dijo a donde lo llamó el periodista puesto que, en esa época, supuestamente no tenía celular. En el trabajo no había teléfono, dijo al principio, pero luego afirmó que había sólo para llamadas entrantes.

Al día siguiente, cerca de las 5 de la mañana, el periodista y un compañero de prensa pasaron a buscarlo y lo llevaron a Raco, donde continuaban las acciones del hallazgo del cuerpo. No recuerda quiénes eran los reporteros ni en qué medio trabajaban, tampoco las características del auto ni lo que charlaron en el viaje. Al llegar, no se acercó porque el entonces fiscal Alejandro Noguera le dijo que al cuerpo lo iba a reconocer don Lebbos. “Me quedo apoyado en un móvil tipo camioneta que estaba ahí, esperando, hasta que ya he visto una ambulancia custodiada y veo que ya lo estaban trasladando al cuerpo”, contó. Le preguntaron qué hizo entonces y respondió “nada, me he regresado a mi casa. He esperado que los periodistas se desocupen y me han llevado a mi casa”.

A esa altura, el juez Ibáñez, ya le había advertido severamente a al testigo sobre su falta de colaboración. “Por favor, Soto, haga memoria, son muchas las contradicciones, son cosas muy graves, piense, por favor” le dijo, pero él respondió que había pasado mucho tiempo. Los vocales Rafael Macorito y Carlos Caramuti también le remarcaron contradicciones y trataron de que Soto diera detalles de lo que hizo, pero las lagunas se multiplicaron. “Estoy no asustado, sino nervioso porque no me acuerdo de muchísimas cosas, no estoy bien anímicamente. Hay muchísimas contradicciones y sé que me estoy perjudicando a mí mismo. Para mí sería más fácil recordar todo y desocuparme. Es mucha presión”, explicó. Los magistrados le recordaron que se trataba del asesinato de su mujer: “debe haber sido el día más importante de su vida”, le reclamaron, pero los olvidos continuaron.

La investigación y la disputa por su hija
Cuando asumió en la causa el fiscal Carlos Albaca, Soto reconoció legalmente a su hija Victoria y reclamó el rol de querellante. El funcionario (que hoy enfrenta cargos por el encubrimiento del crimen) desplazó a Alberto Lebbos de la querella y se la dio al padre de la niña. “¿Usted sabe qué significa ser querellante?”, le preguntó el abogado de la acción civil Carlos Tejerizo y Soto respondió que no. “¿Por qué lo hizo entonces?”, fue la repregunta y el testigo explicó que quería, en nombre de su hija, conocer la causa e impulsarla para saber quién mató a Paulina.

Entonces fue cuestionado sobre las acciones que realizó como querellante y él dijo que pasaba por la fiscalía todos los días antes de ir a trabajar, cerca de las 7 de la tarde, aunque no supo decir qué le iban informando y, mucho menos, qué medidas impulsó él. Dos meses después, renunció a ese rol. “Era mucho para mí, tenía que firmar, ir a tribunales. Además estaba el juicio civil y yo tenía que trabajar, la vida seguía. Era mucho para mí”, explicó. Luego, no volvió a interiorizarse por el expediente.

Al año siguiente, lo nombraron como personal de la Legislatura, reconoció, con un sueldo de $ 6.000 (unos $ 40.000 actuales). El artífice fue el entonces legislador peronista JuanEduardo “Pinky” Rojas, a quién él debía responder políticamente como “referente barrial”. Nunca cumplió horario en el órgano legislativo, indicó, aunque su padre había dicho que trabajaba allí de 8 a 20. Sí debía ir (aunque no todos los días) a la sede política de Rojas, hacer pintadas, escuchar las necesidades de los vecinos y acercarle a su jefe los pedidos. “Yo no sé si yo pertenecía al legislador o a la Legislatura”, dudó. Dijo que en realidad se trató de una “ayuda” que el legislador le dio porque él, entonces, litigaba por la tenencia de su hija y necesitaba tener una obra social.

El pleito por la tenencia de la niña duró cerca de siete años, hasta que, finalmente, la Justicia le quitó la patria potestad y le devolvió a la menor el apellido Lebbos. Soto dice que no sabe –y tampoco preguntó- por qué perdió los derechos sobre su pequeña. Aseguró que intentó algunas veces hablar con ella, pero la familia de Paulina se negaba a darle el teléfono. Que no podía verla porque ellos no se lo permitían. Que nunca pudo pasarle dinero porque nunca tuvo trabajo fijo. “¿Qué le diría, desde el fondo de su corazón, a su hija ahora?”, le preguntó la defensora de Menores, Inés Avellaneda. “Me gustaría que se resuelva esto y recién hablar con ella”, respondió Soto. “¿Pero qué le diría?”, insistió la letrada. “Que la amo con toda mi alma, que yo jamás la he abandonado y que yo no he decidido esto. Que hubiera querido estar a su lado. No pude porque la Justicia nunca me lo ha permitido”, contestó Soto.

Soto continuará declarando el martes. En diálogo con la prensa, el fiscal Carlos Saltor no descartó pedir su imputación por falso testimonio. Su compañero del Ministerio Público, López Ávila, consultado en un cuarto intermedio sobre si esa acusación podría agravarse a la de homicidio o encubrimiento, respondió: “técnicamente, podría, tranquilamente. Podría tranquilamente”.

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