COSMÓPOLIS. Retratos de Nueva York
De Fabián Soberón Modesto Rimba, 2017
Por Raquel Jaduszliwer
En Cosmópolis, la Nueva York que late en el último libro de Fabián Soberón se manifiesta en todo su turbulento y poderoso desorden a través de las crónicas de vida de quienes la habitan como exiliados; migrantes, extranjeros, homeless, desahuciados del mundo cuya territorialidad está signada por el desplazamiento, por vendavales diversos, por la música del azar y sus imprevisibles consecuencias. El trazado de este desorden avanzando y retrocediendo como un oleaje –isla, islas a orillas del Caos, dirá Soberón- dejará su huella sobre quienes se vayan dando a conocer a través de las páginas, hombres y mujeres que haciendo sus entradas sucesivas y reincidentes a lo largo del texto, irán cobrando entidad como personajes ficcionalizados, interactuando entre ellos y también con el autor como un personaje más dentro una novela inestable. Inestable por su negativa a dejarse apresar en un género determinado, cruzada como se encuentra por multiplicidad de géneros y disciplinas (poesía, ensayo, narrativa, música, cine, pintura, fotografía). Es por eso que, en este caso, de hacer referencia a la crónica como género, su hibridación es tal que extiende sus límites hasta borrarlos. Hibridación que no implica dilución ni debilitamiento alguno en la escritura. Por el contrario, todos los recursos están puestos al servicio de la construcción de una experiencia, y de las condiciones de posibilidad de su transmisión. Con lucidez, el autor se plantea este objetivo como una misión imposible, razón por la cual redoblará la apuesta hasta el final, sin medir fuerzas ni consecuencias. “Notas sobre una imposibilidad”, así se podría llamar este libro, dice el autor. “Siempre pienso en la imposibilidad de escribir una experiencia. La experiencia es muda o parca. No habla por sí misma. Y cuando intentamos anotarla siempre hay algo que se borra, que se pierde, que se esfuma. Sin embargo, tengo el interés absurdo de escribir. La escritura es una lucha contra una pérdida irreparable, contra el vacío que se tiende entre la escritura y la vida. Hay un abismo insalvable, un hiato, un hueco. Pero yo vuelvo una y otra vez sobre el pasado inmediato o lejano ¿Para qué? ¿Por qué hacer algo que está destinado al fracaso?”
Su punto de vista pasa entonces a ser una verdadera toma de posición, la de comprometerse a una experiencia, pase lo que pase. Por eso, pensar el texto como el producto de una visita resultaría no sólo insuficiente, sino errado; El autor no está de visita, no es un turista, ni siquiera se trata del deambular relativamente desentendido del flaneur. Soberón llega con un propósito muy concreto de trabajo, aprehender Nueva York desde la asunción de la propia extranjería cómo condición de aproximación al otro consignado extranjero, y hacer lazo con él, construir intimidad y darle hospitalidad desde el corazón mismo del texto. Porque hospitalidad, que es ante todo dar lugar, implica –y aquí habría que recordar que esta noción ha sido trabajada como un término teórico desde algunas corrientes de pensamiento- reconocer al otro, respetarlo en su otredad, preguntarle su nombre: ¿quién eres? ¿cómo te llamas? Y eso es lo que hace el autor en sus retratos.
Con los cinco sentidos, con la cabeza y con el corazón va a dedicarse a esa aproximación que crea intimidad desde la distancia y el reconocimiento de la alteridad. Y qué mejor topos para este ejercicio que el que ofrece ese territorio de lo múltiple, de lo diverso, donde todo se vuelve proliferación sin medida ni limitación alguna. Torres al infinito, bocas de incendio, escaleras de incendio al infinito, ventanas al infinito, músicos multiplicados al infinito pero que tocan para sí mismos “una partitura para nadie”… “Es bueno sentirse un extraño, un nadie en medio de la multitud despavorida”, reflexiona el autor. “Aquí convive gente que en otros lugares se mata” le dirá a Fabián durante un viaje en subte alguien que se llama Mariza Bafile. Mariza, que “nunca tiene un punto fijo.
Su vida es una especie de laberinto sin centro, una especie de fuga hacia el pasado y hacia el futuro”; Mariza dice que por eso le gusta Nueva York. Y el texto constata esa tolerancia, da cuenta del fenómeno. Pero también de su costado paradojal, de ese vivir y dejar morir, ese “hacer de cuenta que los otros no existen”, ese beneplácito indiferente para que todo siga la inercia de su propio curso, aunque el curso se trague vidas enteras, hojas al viento, movidas por la música del azar… y no es casual que una y otra vez reaparezca en el libro esa expresión, la música del azar. Abarca poéticamente la atmósfera de todo lo que se va narrando. Pero también es una referencia a la novela de Paul Auster “La música del azar” en la que el protagonista, movido por circunstancias personales decide un día dejar todo lo que era su vida hasta entonces, salir a recorrer el país en auto, solo, promoviendo su propio y absoluto desarraigo como sueño de libertad y llevando el exilio de sí a todas partes. Pero esa libertad mostrará estar condicionada en primer lugar por las reglas de juego del capitalismo, que impone sus causalidades en relación al dinero como necesidad vital, y en segundo lugar –y en otro orden de problematización- por el condicionamiento de la existencia por el azar, que jugará como mala o buena fortuna, pero que nunca será neutro. Los seres que Fabián Soberón elegirá para retratar Nueva York, hombres y mujeres sin red, están particularmente expuestos a esa labor del azar, dejando por lo tanto más crudamente de manifiesto cómo la vitalidad de Cosmópolis en toda su exuberancia se sostiene de espaldas a los destinos singulares de los numerosos que se pierden en su babel. Fabián Soberón logra transmitirlo, a pesar de que se lo haya planteado como una misión imposible. Por eso su lenguaje es necesariamente poético, porque no podría haber otro para abordar una misión así. Y el núcleo de lo que de todos modos será intransferible es incorporado a la dinámica del texto como el verdadero motor; obliga a seguir, y a que el lector también se proponga con pasión la misión imposible de acompañar el recorrido, de perderse también y de encontrarse, de estar ahí.
Raquel Jaduszliwer
(San Fernando, Provincia de Buenos Aires)
Es licenciada en psicología de la UBA y se dedica a la clínica. Tiene publicados tres libros de su autoría:
Los panes y los peces (Bs As, 2012) Primer Premio de Poesía Ed. De Los Cuatro Vientos
La noche con su lámpara (Bs As, 2014) Primer Premio de Poesía Fundación Victoria Ocampo
Persistencia de lo imposible (Bs As, 2015) Premio Edición de Poesía Ed. Ruinas Circulares
Publicación digital de selección de poemas: Volumen 20 de la Colección Poetas Argentinas de la Biblioteca de las Grandes Naciones (Calameó, México, 2015). Participó en la Antología del Grupo Paco Urondo, como 2º premio en poesía (Córdoba, 2015) y también en la Antología de homenaje a Juan L. Ortiz Ed. Bruma (Mendoza, 2015). En narrativa le fue otorgada la Mención Única en el Premio Hydra de ciencia ficción y fantasía por su novela inédita En el palacio de aguas corrientes (La Habana, 2013). Participó en la Antología del cuento fantástico argentino contemporáneo publicada por Ed. La Página y el diario Página 12 (2005). Hay poemas suyos en publicaciones argentinas y españolas.