Por Sergio Silva Velázquez
“La fortuna ayuda a los valientes y escupe a los cobardes” (Klaus Kinski interpretando a Lope de Aguirre)”
Película: Aguirre, la ira de Dios. 1972. Dirección: Werner Herzog.
Intérpretes: Klaus Kinski, Helena Rojo, Del Negro, Ruy Guerra.
Werner Herzog, es un documentalista alemán que logró en 1972 uno de sus clímax creativos con la fotografía de esta bella película, narrada como una odisea casi personal-su extraña relación de amor-odio con el actor Klaus Kinski fue llevada a su máxima tensión, tal como se reproduce en un documental-en la que la primera escena, que retrata el camino por el que desciende la travesía de hombres, es casi inédita en el cine hasta entonces, una imagen que introduce al espectador en un clima de un producto que no forma parte del mainstream.
Esa escena es poderosa por sí misma, y resulta tan intimidante que no precisa de mayores ambages ni de los recursos especiales que hoy adornan la mayoría de los productos de manufactura hollywoodense. Ese solo plano nos dice de un obra diferente que encontrará inmediata confirmación con el registro del primer plano de su protagonista: Kinski, por la cuadratura de su rostro, por sus ojos fantasmagóricos y su manera de actuar, casi al borde de la improvisación y lo lunático. La historia de la película narra el intento de un grupo de conquistadores españoles, entre ellos, Lope de Aguirre y Gaspar de Caravajal de la conquista de El Dorado, en el año 1560. Se trata de una producción casi artesanal y eso se ve claramente en el filme. Se construyó una especie de campamento para 450 personas cerca al río Urubamba, en Perú, incluyendo 270 indígenas que actuaban como extras. La película cuenta con anécdotas increíbles que dejaron mella en sus protagonistas y que hablan de la forma en que su actor principal había tomado el papel: en una escena en la que Aguirre ataca con una espada a los indígenas habla por sí sola. Uno de ellos, explicará en el documental “que lleva la cicatriz de ese bestial ataque en su cabeza”, incluso casi 20 años después. Una prueba de la “animalidad” de la interpretación de Kinski.
Producto tal vez, de esa relación tan inverosímil que tiene el director con su actor fetiche, su cámara consigue sorprender –y aterrorizar- otra vez al espectador cuando registra a Aguirre en su reacción frente al comandante Ursúa-en teoría al mando de la expedición-cuando este busca explicaciones acerca de una orden que él no ha dado. La escena muestra el primer plano de Aguirre mirando a su superior con una fijeza y profundidad que es perturbadora para quien la ve. No es una escena que precise de diálogo porque Aguirre le está diciendo que él continuará con la expedición que busca El Dorado y que desde ese momento es él-Kinski y su mirada no dan lugar a la más mínima duda-quien estará al frente de esos hombres. Es una especie de dios desafiante de toda autoridad, especialmente de la que debería subordinarse, en este caso, la corona española. Herzog consigue transmitir eso en un solo acto y casi en una mirada: todo está casi resumido en esa postura. En la vida real, Kinski era tan border que uno no puede saber que aquello es casi una declamación de sí mismo: el actor desafía en ese acto incluso al mismo director.
La atmósfera del filme, tal vez por la ausencia de esos detalles que la harían reconocible como un producto empaquetado, es logradamente sombrío, por lo que Herzog consigue transferirnos esa idea de cataclismo y desgracia inminente que se yergue sobre la expedición, sin necesidad de diálogos alusivos. En definitiva, el filme plantea la idea eterna de colonización por parte del hombre “civilizado”, representado por ese puñado de hombres y mujeres que se lanzan a la aventura de buscar contacto humano. La paradoja es que lo hagan a través de un ser que parece estar más allá de toda norma, más allá de todo aquello que quiera controlarlo.
Claro, el problema para Aguirre-y para Kinski-es que aquello a lo que se enfrenta es mucho más grande que su propia grandilocuencia: no es Herzog sino la fantasmagoría de la naturaleza que se apodera de cada una de las escenas de la película, que han sido captadas de manera intimista por la cámara con una destreza sin igual. Autenticidad, sería la palabra perfecta. Cero artificio. Uno sabe que Aguirre no tiene probabilidades ante ese poder transferido, percibido, que uno adivina entre la vegetación exuberante-lo terrible que no se muestra y que se esconde en esa espesura-mientras la expedición avanza por el río. Es una idea de fuerza sobrenatural, impenetrable, magnánima e invencible.
Este acto sutil de superioridad, está dibujado por Herzog solo por imágenes, sin declamación, sin monólogos alusivos. El peligro atraviesa cada escena de esta maravillosa película-algo similar a lo que haría Francis Ford Coppola con Apocalipsis Now que encontró su molde en El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad-llevando al espectador a olvidarse por momentos que se trata de un filme. Uno siente y piensa, más allá de la caricatura despótica de Aguirre en su delirio de poder, que está irremediablemente en un grave peligro, pese a ser aquel azote de Dios. Y eso, es casi imposible de lograr en una película. Ese equilibrio entre un villano lunático –pensemos en los miles en la historia del cine-que sin embargo, está a expensas de lo que pueda sucederle en cualquier momento. A mi criterio, ese es el mayor logro de este filme.
El propio Herzog relató luego que se dio cuenta de que Kinski sería el intérprete perfecto de Aguirre-una invención por entera del director alemán-cuando aquel lo llamó por teléfono a las 3 de la mañana para decirle: “gritos inarticulados en el otro lado de la línea”. Tal había sido su obsesión después de leer el guión de “Aguirre….”. Uno acaba convenciéndose que la forma antagónica de sus dos protagonistas de relacionarse fue vital para que el filme cobrara la dimensión que tendría, como objeto de culto de arte, a través de sus anécdotas de violencia-peleas del actor que amenazaba, por ejemplo, con dejar la filmación-que consiguieron darle a la película ese halo de realidad con la que sus personajes respiran y resultan tan verosímiles en la pantalla.