“La guerra más grande en la historia animal -de hecho, la guerra más grande de la historia- está pasando ahora mismo”. Así comenzaba el texto que la zoóloga Suzanne Sadedin publicaba en la red social de preguntas y respuestas Quora, en respuesta al tema: “¿Los animales luchan en guerras y, en tal caso, cuál ha sido la guerra más grande?”.
La respuesta de Sadedin tiene como protagonista a un animal pequeñajo y al que no solemos dar importancia: la hormiga, en concreto la Linepithema humile, conocida como hormiga argentina.
Según narra Sadedin en un texto que se ha leído más de 270.000 veces, esta hormiga es originaria del río Paraná, en el norte de Argentina, pero a finales del siglo XIX llegó a Nueva Orleans, probablemente en la bodega de algún barco. Y una vez allí, “comenzó la guerra”.
En el delta del Paraná, está hormiga “se defiende ferozmente de otros hormigueros, tanto de su especie como de otras clases de hormigas. Era una vida de conflictos territoriales sin fin, en los que nadie podía realmente avanzar. Cuando dos L. humile coinciden, golpean sus antenas contra el cuerpo de la otra, probando la combinación de hidrocarbonos de su cuerpo. Si tiene un sabor familiar, la reconoce como una hermana”, le “ofrece comida y le da la bienvenida a su hormiguero”. En caso contrario, “las hormigas intentarán matarse la una a la otra”.
La expansión en América del Norte fue rapídisima: “En lugar de formar colonias independientes y competidoras, se comportaron como un ejército unido. Atacaron brutalmente a otras especies de hormigas, pero acogieron a las demás L. humile como viejas hermanas de batallas”.
Esta cooperación les dio ventaja frente a otras hormigas, ya que no perdían tiempo y energía compitiendo entre ellas. “Aunque son individualmente pequeñas, pueden rodear en masa a otras hormigas nativas varias veces más grandes”.
La supercolonia cubrió todo Estados Unidos, para después llegar a Europa, Japón, Australia y Nueva Zelanda. Esta hormiga “abunda en todos los continentes excepto en la Antártida, y vaya donde vaya, masacra a las nativas”.
Pero no todo ha sido perfecto. Cerca de San Diego, se ha formado una supercolonia independiente: “El campo de batalla se extiende a lo largo de millas; unas 30 millones de hormigas mueren allí cada año”. A pesar de estos contratiempos, “de Europa a Estados Unidos y hasta Nueva Zelanda, sigue existiendo una megacolonia global, formada por 1.000 billones de individuos: una humilde hormiga marrón unida en una guerra contra todas las demás hormigas vivas”.
¿Pero realmente podemos hablar de “guerra”?
La historia es apasionante y, desde luego, Sadedin sabe cómo contarla. Pero no es cierto que se pueda hablar de guerra, más allá de su uso metafórico. Xavier Espadaler, entomólogo del instituto de investigación medioambiental CREAF, de la Universidad Autónoma de Barcelona, considera que usar este término es “francamente exagerado”, entre otras cosas porque “no hay coordinación entre las supercolonias”.
¿Qué significa que haya supercolonias? Hay supercolonias en América del Norte, Europa, Asia, Hawaii, Nueva Zelanda y Australia. La más grande tiene 6.000 kilómetros, desde Italia a la costa Atlántica española, “formando la unidad cooperativa más grande jamás registrada”. Estas hormigas se reconocen y aceptan las unas a las otras como miembros de una única supercolonia global, si bien se muestran agresivas con otros grupos, como la supercolonia de Cataluña o las cuatro colonias que hay en California. Esta capacidad de formar este tipo de sociedades es única de algunas especies de hormigas y de los humanos.
A Europa llegaron probablemente a través de Oporto, cuenta Espadaler, que añade que somos nosotros quienes transportamos a estas hormigas “en barco y otros medios de transporte de mercancías, en los cepellones de los árboles… Son pequeños polizones que pasan desapercibidos”. Se han registrado al menos 28 introducciones de la hormiga argentina en todo el mundo.
Pero esto no quiere decir que todos los hormigueros de las supercolonias estén conectados entre sí, sino que tienen un mismo perfil genético y se reconocen las unas a las otras como miembros de la misma especie. “No es continuo, hay hiatos bastante grandes sin argentinas. Se concentran sobre todo donde hay humedad y en las zonas urbanas”.
Por cierto, en su región de origen, las colonias son muchas, pero pequeñas, según escribe Mark W. Moffet en Adventures Among Ants. Esta zona es origen de otras especies invasoras, por lo que hay mucha competencia: “Cualquier colonia de hormigas de esta región es como un equipo de fútbol ganador del mundial que se va a jugar en la liga universitaria de un barrio de Ohio”. Hay 12.400 especies diferentes de hormigas y solo una minoría son invasoras, según recuerda Scientific American.
¿Son agresivas? Cuando se encuentran dos hormigas de colonias diferentes, como la catalana y la europea, en una placa de petri, “se pelean a muerte”. Pero solo “porque no pueden huir de la placa. Si están en campo abierto, tienen espacio para escapar y lo normal es que no se materialice esta lucha, aunque la otra hormiga se identifique como enemiga”. Aquí tenemos un ejemplo grabado por el propio Espadaler.
De hecho, en las calles de Barcelona “hay hormigas de las dos supercolonias. Ambas coexisten”. Incluso el mencionado “frente de batalla de San Diego” es muy relativo. “Hay competencia por fuentes de agua o recursos de comida con la hormiga de fuego de California, pero esto no se traduce necesariamente en luchas físicas”.
Entonces, ¿cómo ha invadido esta hormiga el mundo? Estas hormigas han desplazado a las demás porque, al no enfrentarse entre ellas, pueden colaborar en mayor número para hacerse con los recursos alimenticios. Las demás especies, menos numerosas, acaban teniendo que mudarse o simplemente mueren. Pueden darse encuentros agresivos “si ha lugar” (y ocurre), pero no es lo más habitual.
¿Suponen algún riesgo para nosotros? No, afirma Espadaler. “No pican ni muerden, aunque entiendo que a muchos no les guste tenerlas en la cocina”. Tampoco transmiten enfermedades ni causan desperfectos. Siempre y cuando no seamos agricultores, claro, sobre todo de cítricos. También hay que tener cuidado en los quirófanos. Pero aparte de esas contadas excepciones, las hormigas argentinas “no suponen un problema sanitario”, por lo que no hay ninguna necesidad de exterminarlas.
¿Cuántas hay en todo el mundo? “Los americanos tienen la costumbre de cuantificarlo todo”, explica Espadaler, pero no hay un sistema de muestreo estadístico fiable. “Pueden ser cien mil millones o un billón… Miles de millones, seguro. No son centenares de millones”.
Es decir, aunque la historia es apasionante, en opinión de Espadaler no hace falta usar “términos cargados de significado. Afortunadamente, todo es mucho más complejo de lo que parece”.
fuente: elpais.com