El 20 de octubre de 2016, Matías Juárez, de 8 años, ingresó a un sanatorio de la capital tucumana por una cirugía de amígdalas programada. Según los médicos, duraría 30 minutos, pero se extendió a casi una hora. Cuando terminó, lo llevaron a una habitación y en ese momento, María, su mamá, supo que algo no estaba bien. Cinco días después, el niño murió a causa de un coma inducido que le produjo una arritmia.
Según la letrada, los doctores no supieron manejar el estado del chiquito y nunca encontraron el origen del sangrado que, posteriormente le causó la muerte. “Mientras Matías perdía sangre, las terapistas la reponían, pero nunca se preguntaron por qué perdía tanta sangre. Subestimaron el sangrado pensando que iba a parar y nunca paró. En sus declaraciones, ninguno explicó qué hicieron para detener el sangrado”, agregó.
El viernes pasado salió el requerimiento de elevación a juicio de la causa. “Por fin encontramos un juez y un fiscal que se interese por el fallecimiento de Matías. Hay una cofradía entre los médicos donde se tapan entre ellos. Por eso, el trabajo de la Justicia es doble: tratar de entender lo que pasó y contrastar con otras herramientas sus dichos”, denunció.