La presunta víctima y su compañero de cuarto intentaron acercarse a las autoridades eclesiásticas, pero estas hicieron caso omiso de las acusaciones.
Las advertencias se encendieron hace ocho años, enviadas a algunas de las figuras más poderosas de la Iglesia Católica Romana, alertando sobre un posible delito de abuso sexual que destacó por encima de otros casos eclesiásticos.
El perfil del presunto abusador, por si solo, era inusual: no un sacerdote, pero sí un monaguillo adolescente, quien dicen coaccionó a un compañero a realizar varios actos sexuales noche tras noche durante seis años. Y luego estuvo la supuesta ubicación: dentro de las propias paredes del Vaticano, en un seminario juvenil para los 15 monaguillos que servían al Papa.
“Ahora mismo hay un niño que no debería estar ahí”, se lee en la carta anónima que enviaron al papa Francisco y a varios cardenales en 2013, informando al recién electo pontífice de un presunto agresor a “20 metros de donde usted duerme”.
El presunto abusador incluso había participado en la primera misa del pontífice en la Capilla Sixtina.
Para una iglesia que intenta afrontar mejor los abusos y el encubrimiento en todo su imperio, las advertencias sobre Gabriele Martinelli fueron una prueba institucional directa. Los hechos descritos en la carta anónima, así como en los relatos de la presunta víctima y de un testigo, habrían tenido lugar delante de las narices de la Iglesia. En 2013, las denuncias sobre Martinelli habían sido comunicadas al Papa y a un grupo de cardenales y obispos. Al año siguiente, el tercer funcionario del Vaticano escribió una carta en la que se refería a las acusaciones y afirmaba que el papa “conoce bien el caso.”
Y, sin embargo, en 2017 Martinelli fue ordenado sacerdote.
Ese resultado “fue un maldito error”, dijo Kamil Jarzembowski, un ex monaguillo que dijo en una entrevista que fue testigo de cómo su antiguo compañero de cuarto fue abusado por Martinelli “docenas y docenas” de veces.
Sólo después de la ordenación de Martinelli – a raíz de la cobertura de los medios de comunicación italianos – el Vaticano ha revisado el caso. Ha sometido a Martinelli, ahora de 28 años, a un juicio por presuntos abusos sexuales, la primera vez que la ciudad-estado procesa un caso de este tipo en su propio territorio. El antiguo rector del seminario juvenil, el reverendo Enrico Radice, también está siendo juzgado, acusado de complicidad en los presuntos abusos. Tanto Martinelli como Radice niegan haber cometido ningún delito.
Pero una revisión del Washington Post de más de 2,000 páginas de documentos, muchos nunca antes reportados, revelaron que muchas figuras poderosas en la jerarquía de la Iglesia descartaron las advertencias y facilitaron en ascenso de Martinelli. Los principales responsables del destino de Martinelli fueron el cardenal Angelo Comastri y el obispo Diego Coletti, quien rápidamente desestimó las acusaciones contra Martinelli como “calumnias”, de acuerdo con su propio relato. Ninguno de los dos prelados está implicado en el juicio ni en ningún otro proceso disciplinario conocido de la Iglesia.
Los documentos obtenidos por The Post incluyen cartas de la Iglesia, entrevistas con la policía, declaraciones de testigos y transcripciones de conversaciones grabadas por Martinelli y sacadas de su teléfono. Algunos de esos documentos proceden del Vaticano y se basan en los interrogatorios realizados en el período previo al juicio, que comenzó el año pasado. Otros documentos proceden de las autoridades judiciales de Roma, que también han presentado cargos contra Martinelli y Radice por ser ciudadanos italianos.
Este relato, basado en esos documentos y en entrevistas, es la anatomía de un fracaso en el centro mismo de la Iglesia católica. El fracaso se deriva no sólo de los factores a menudo denunciados que tipifican los encubrimientos eclesiásticos -la preferencia por el secreto, el deseo de protegerse contra el escándalo-, sino también de la lucha de las autoridades eclesiásticas por llevar a cabo investigaciones creíbles y por comprender los aspectos del poder, la sexualidad y el consentimiento en un mundo adolescente.
El Vaticano se negó a responder a una lista de preguntas de The Post o a aceptar una invitación para compartir la opinión del Vaticano sobre los aspectos clave del caso.
Un alto funcionario de la Iglesia, que habló bajo condición de anonimato para resumir el pensamiento interno de la Iglesia, dijo que el Vaticano había creído que Martinelli “no podía ser acusado de abuso sexual” porque era sólo 221 días mayor que el compañero monaguillo. Personas familiarizadas con el caso dicen que esta suposición se reflejó en la respuesta de la iglesia a las advertencias e hizo que las autoridades pasaran por alto un factor clave en la relación entre Martinelli y la presunta víctima: Martinelli tenía el poder.
Un protegido del rector, Martinelli tenía un papel diferente al de los otros adolescentes en el seminario St. Pius X, como se conoce a las instalaciones. Repartía asignaciones para las misas papales, seleccionaba a los adolescentes que podrían estar directamente frente al papa o a su lado, con la oportunidad de unirse al pontífice después de la sacristía. Entre los estudiantes de secundaria y preparatoria que habían dejado sus casa y familias con la aspiración de servir al Papa, Martinelli era visto como el guardián papal.
“Se aprovechaba de las circunstancias y ejercía una especie de dominio sobre los demás jóvenes”, dijo el clérigo, Ambrogio Marinoni, a un investigador de la Iglesia después de que Martinelli fuera nombrado sacerdote.
La presunta víctima, a través de su abogado, declinó una solicitud de entrevista de The Post, citando el juicio en curso. (The Post no publica los nombres de las presuntas víctimas de abusos sexuales.) Sin embargo, ha proporcionado relatos coherentes en cartas, en unas breves memorias no publicadas, en acusaciones legales presentadas en 2018 en el Vaticano y en una entrevista de 2019 con un fiscal en Roma.
Estos relatos describen los prolongados abusos comenzando meses antes de que la presunta víctima, entonces de 13 años, llegara al seminario en 2006. En la primera noche de ese tipo, Martinelli, de 14 años en aquel entonces, presuntamente subió a la cama del monaguilo, le bajó los pantalones y le practicó sexo oral, mientras se masturbaba.
La presunta víctima recordó sentirse “petrificado” e incapaz de reaccionar.
Dice que Martinelli siguió regresando cientos de veces en los siguientes seis años. La presunta víctima dice que ocasionalmente se defendió, trató de hacer ruido golpeando la mesa de noche o la pared, esperando espantar a Martinelli y llamar la atención del supervisor. Pero dijo que también estaba aterrorizado de ser considerado un homosexual, perder su lugar en el seminario y ser enviado de vuelto a su pueblo natal al norte de Italia, donde el calendario de su parroquia de origen mostraba una foto de él de pie junto al Papa. Por el estatus de Martinelli, dijo la presunta víctima, la actividad sexual se convirtió en “un ritual al que no pude resistir”.
Según el monaguillo, Martinelli le recalcaba su poder durante el acto sexual diciendo cosas como: “Vamos te dejaré servir la misa. Seré rápido”.
La presunta víctima también dijo que era abusado con más frecuencia cuando se acercaban las celebraciones que involucraban al Papa.
Una investigación fallida
La primera oportunidad perdida para que la Iglesia evaluara lo que pudo haber sucedido llegó en 2010, cuando la presunta víctima intentó alertar por primera vez a una figura de autoridad. En ese instante, dijo, le contó vagamente al rector, Radice, que Martinelli lo había estado molestando. Pero, de acuerdo con su relato, Radice amenazó con enviarlo de vuelta a casa e informar a sus padres que no paraba de repetir “falsedades”. La presunta víctima explicó que no trato de decirle a otra figura de autoridades durante sus últimos dos años en el seminario.
La segunda oportunidad de la Iglesia para enfrentarse a Martinelli vino de una serie de advertencias mucho más claras en 2013. La explícita carta anónima, enviada al Papa y a varios cardenales, se difundió rápidamente por el Vaticano y abrió una ventana al caso.
Alrededor de la misma época, la presunta víctima trató de hablar. Para entonces, ya no era monaguillo, pero seguía en la órbita de la Iglesia, cantando en el coro de la Basílica de San Pedro. Se reunió con un par de figuras dentro del Vaticano, y sus acusaciones fueron transmitidas al menos hasta Comastri, que como vicario general estaba a cargo del día a día de los asuntos espirituales de la ciudad-estado.
Comastri escribió que el seminario juvenil necesitaba “empezar una nueva página” y un nuevo liderazgo, pero dejó el asunto en manos de otra persona: Diego Coletti, el obispo de Como, una gran Diócesis a 400 millas al noroeste de la Ciudad del Vaticano.
Debido a una peculiaridad histórica, el seminario juvenil estaba dirigido por una pequeña asociación sacerdotal con sede en Como, conocida como la Opera don Folci, a cuyo fundador, amigo del Papa Pío XII, se le había pedido a mediados de la década de 1950 que estableciera una vía para los aspirantes a sacerdotes dentro del Vaticano.
A los ojos de algunos monaguillos, no era Coletti en Como, sino Comastri en el Vaticano, quien se erigía como la máxima figura de autoridad. Y sin embargo, fue Coletti quien se reunió cara a cara con la presunta víctima en julio de 2013 y quien le pidió que pusiera por escrito sus experiencias. Fue Coletti quien recibió la carta resultante: un relato detallado en el que la presunta víctima escribía: “A día de hoy, resulta que me despierto de repente por la noche, asustado, sintiendo que hay alguien acostado en mi cama.”
Y fue Coletti quien leyó esa carta y nunca respondió, según la presunta víctima.
En cambio, el obispo se basó en la palabra del presunto abusador y del rector del seminario juvenil, que negaron rotundamente las denuncias, según los documentos de Martinelli y Radice recogidos por los fiscales romanos. Martinelli y Radice señalaron al obispo que las rivalidades existentes en la escuela podrían explicar la invención de denuncias de abusos. Tres meses más tarde, Coletti viajó al Vaticano para reunirse con Comastri y cerrar esencialmente el caso.
En el relato de los hechos de Coletti, que escribió poco después del viaje, encontró que el ambiente en el seminario juvenil era “óptimo”. Dijo que no había “ninguna prueba” de las afirmaciones. Se hizo eco de Martinelli y Radice al sugerir que las acusaciones se debían a la competencia entre camarillas, así como a la influencia entre bastidores de un sacerdote en particular, que según él había escrito la carta anónima. Dijo que había recibido de Comastri “la confirmación de las maquinaciones y de la calumnia que subyace a las acusaciones” y que Comastri le había pedido que desestimara el caso.
“Por tanto, creo en conciencia que no es necesario seguir adelante”, escribió.
Uno de los lugartenientes de Coletti dijo más tarde que el grupo no encontró pruebas sólo porque no se habían molestado en buscar. Coletti había viajado a Roma con Andrea Stabellini, en aquel momento el máximo responsable judicial de la Diócesis de Como, que creía que las acusaciones contra Martinelli merecían un “análisis en profundidad.” Pero en lugar de eso, Coletti pasó su tiempo en Roma cotilleando sobre los clérigos y los monaguillos, dijo más tarde Stabellini a los fiscales del Vaticano, según una transcripción de su declaración obtenida por The Post.
“Ni siquiera rozamos el tema de si los supuestos hechos de abuso habían tenido lugar realmente”, dijo Stabellini.
Coletti resultaría estar equivocado sobre la carta anónima. No fue escrita por un sacerdote, sino por Alessandro Flamini Ottaviani, un compañero de seminario juvenil que había oído hablar de segunda mano de los supuestos abusos y que más tarde dijo que había sido reacio a dar su nombre.
Stabellini dijo que los prelados, mientras estaban en el Vaticano, no hablaron con ninguno de los monaguillos, incluida la presunta víctima. Dijo que una última reunión a puerta cerrada de Comastri, Coletti y el rector había durado “todo cinco minutos”. Mientras Stabellini esperaba fuera, otro sacerdote, Marinoni, le susurró que el caso tenía fundamento.
“Cuando terminó la reunión entre los tres, me dirigí al obispo Coletti con una expresión de duda”, dijo Stabellini a los fiscales del Vaticano.
Recordó que Coletti le dijo: “Ahora, el asunto está cerrado”.
Recordó también que Comastri dijo que la investigación había terminado “por el bien de la Iglesia”.
Camino al sacerdocio
Martinelli se trasladó al Seminario Pontificio Francés, un conocido centro de formación clerical situado a pocas manzanas del Panteón de Roma. Aunque se le había eximido de toda culpa, los documentos eclesiásticos sugieren que los funcionarios del Vaticano seguían sintiendo la necesidad de vigilarlo de cerca.
“Le pido la cortesía de tener un cuidado especial con el mencionado seminarista”, escribió el entonces obispo Angelo Becciu, tercer funcionario del Vaticano en ese momento, al nuevo rector del seminario francés en una nota que hacía referencia a las acusaciones de abuso. Becciu dijo que su petición venía “en nombre del Santo Padre Francisco, que conoce bien el caso”.
(Becciu, que fue destituido por Francisco de su cargo el año pasado, se enfrenta a cargos de malversación y abuso de funciones en un caso financiero no relacionado y se enfrentará a un juicio en el Vaticano a finales de este mes).
Martinelli, en la gran jerarquía de la Iglesia, era un don nadie. Pero en sus años en el seminario de jóvenes, se había convertido en un elemento de la realeza eclesiástica. También encarnaba algo de valor: Era un joven que podía ser sacerdote. De todos los monaguillos que habían pasado por el seminario juvenil, sólo unos 200 habían llegado a ser clérigos. Menos aún habían manifestado su voluntad de convertirse en sacerdotes de la Opera don Folci, la asociación que dirigía el seminario.
La Ópera había sido un grupo poderoso y bien financiado. Pero se había reducido a una docena de clérigos, en su mayoría ancianos, que operaban en una región del norte de Italia con una gran escasez de sacerdotes. Allí es donde Martinelli también serviría, si se ordena. Radice, el rector, que también era miembro de la Ópera, describiría más tarde a Martinelli durante el juicio como un líder en ciernes.
Para actualizar el progreso de Martinelli, el seminario francés envió cartas a la Diócesis de Como marcadas como “confidenciales”. Estas anotaciones equivalían a cartas de reporte, describiendo a Martineli como aprendiz francés, voluntario en un hospital y con los grupos exploradores, teniendo “buenas relaciones fraternales” con sus compañeros que aspiraban a ser sacerdotes. Pero también mostraron cómo las conclusiones iniciales de Comastri y Coletti se afianzaron con el paso del tiempo.
“Un persistente signo de interrogación sobre las graves acusaciones, escribió el rector del seminario francés, Antonine Hérouard, en 2015.
“Cada vez es más probable que la sospecha planteada… hace algunos años haya resultado infundada”, escribió Hérouard al año siguiente.
Los documentos revisados por The Post reflejan otra acusación de conducta sexual inapropiada por parte de Martinelli. Varios testigos dijeron a las autoridades romanas y vaticanas que vieron a Martinelli tocar los genitales de otro adolescente en el seminario juvenil. Martinelli dijo a los fiscales del Vaticano que esto “puede haber ocurrido” involuntariamente durante un juego.
Pero como no había ningún patrón conocido de comportamiento sexualmente predatorio, los funcionarios de la Iglesia llegaron a la conclusión de que las acusaciones originales debían ser falsas.
Durante la estancia de Martinelli en el seminario francés, el Vaticano sólo tomó una medida especial para evaluar su preparación para el sacerdocio: le sometió a una evaluación psiquiátrica. Esta medida inusual tenía como objetivo detectar cualquier comportamiento problemático, incluyendo cuestiones sexuales. Pero no era una herramienta para determinar si Martinelli había cometido algún delito, dijo Hérouard en una entrevista con The Post. La evaluación no detectó ningún problema psiquiátrico. El hallazgo, según Hérouard, ayudó a levantar el ánimo de Martinelli.
Hérouard escribió en su momento a la Diócesis de Como que las acusaciones se estaban “desvaneciendo”. Pero eso se debía en parte a que la presunta víctima había cortado el contacto con la iglesia, al sentirse traicionada por sus funcionarios. Según una evaluación psicológica presentada para el juicio, sufría terrores nocturnos y ataques de pánico que lo enviaban repetidamente a urgencias.
Sólo había una persona que seguía dando la voz de alarma: Jarzembowski, el antiguo compañero de seminario de los jóvenes.
Jarzembowski, desde Polonía, había escrito una carta a Comastri poco después de la corta investigación de 2013, advirtiéndolo sobre Martinelli. Dijo en entrevista con The Post que tenía la esperanza de que provocara que el Vaticano reexaminara el caso. En cambio, un día después de una reunión en persona con el cardenal en 2014, dijo Jarzembowski, se le ordenó hacer las maletas y dejar el seminario de jóvenes.
Ni el Vaticano ni la Diócesis de como respondieron la pregunta sobre por qué Jarzembowski fue removido. Jarzembowski dice que no recibió una razón oficial. El director de la Ópera, durante el juicio, dijo que Jarzembowski fue destituido por no obedecer las normas tras fugarse brevemente del seminario juvenil un año antes. Un documento de la Ópera del año de la expulsión de Jarzembowksi, en el que se evaluaba su paso por el seminario juvenil, contenía varios pasajes homófobos y daba a entender que la amistad de Jarzembowki con otros jóvenes era uno de los problemas. Describía su vínculo “intenso” y “demasiado obvio” con un compañero de clase, que era “la razón de su vida”, y también lo presentaba como alguien que llevaba a otros “por el mismo camino”.
La expulsión de Jarzembowski como monaguillo, a los 18 años y a falta de un año para graduarse en el instituto, le dejó sin rumbo y tan alejado de la Iglesia que acabó renunciando a la fe. Empezó a agitarse de todas las maneras posibles.
Cuatro días después de ser expulsado, escribió a Coletti un relato de cómo Martinelli había entrado repetidamente en su habitación y obligaba a su compañero a tener sexo oral. Nueve días después de eso, escribió una carta similar a Becciu. Entonces escribió a Stabellini, investigador de Como. Y a Comastri otra vez. Y a Coletti otra vez.
En la medida en que recibió respuestas, estas eran desdeñosas. “Anímate y pon tu corazón en paz”, escribió Comastri.
Jarzembowski siguió adelante. Sus cartas se convirtieron no sólo en registros de lo que decía haber presenciado, sino también en un registro de a quién había informado. Escribió al director de la Ópera, un sacerdote llamado Angelo Magistrelli. Escribió al segundo funcionario del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin. Escribió a la Congregación para la Doctrina de la Fe, la oficina disciplinaria del Vaticano. Escribió al rector del seminario francés, al que había llegado Martinelli. Y, cuando Coletti se acercaba a su jubilación, escribió al sustituto entrante de Coletti, el obispo que se haría cargo de la diócesis de Como y supervisaría la posible ordenación de Martinelli.
También escribió directamente al Papa Francisco.
“Durante mis reuniones directas o mi correspondencia [con las autoridades eclesiásticas], ninguno de ellos demostró que fuera a tratar el caso denunciado investigando”, escribió Jarzembowski al Papa en noviembre de 2016. “Nadie se preocupó por averiguar y evaluar los hechos, mostrando en cambio la voluntad de ignorarlos, o peor aún, de encubrirlos”.
Siete meses después, en una ceremonia dirigida por el nuevo obispo de Como, Martinelli fue ordenado sacerdote.
Un ajuste parcial de cuentas
El reverendo Gabriele Martinelli fue puesto a trabajar rápidamente por la Ópera en un valle del norte de Italia de pequeñas comunidades encadenadas a lo largo de una autopista, cerrado de ambos lados por cadenas montañosas. A través de todo el valle, estaban iglesias desmanteladas y congregaciones menguantes, y Martinelli fue recibido como una rara inyección de juventud. Comenzó a dirigir los servicios dominicales. Manejó los programas juveniles. Dormó parte del festival de la castaña y organizó la celebración de Halloween donde los niños se disfrazaron como santos.
Martinelli podría haber hecho una carrera en ese valle, las acusaciones se hubieran desviado hacia el fondo si no fuera por Jarzembowski, quien recordó en entrevista que se sentía asqueado y buscaba opciones.
“Había intentado resolver esta cuestión dentro de la Iglesia”, dijo Jarzembowski. “Después de años, nunca respondieron. Entonces pensé ‘¿Qué puedo hacer?”.
Lo que hizo fue llevar sus cartas con el periodista italino, Gianluigi Nuzzi, quien a su vez también las remitió a Jarzembowski a Gaetano Pecoraro. Eso llevó a informes separados y casi simultáneos: el de Nuzzi en un libro, el de Pecoraro en un programa de televisión que expuso públicamente las acusaciones contra Martinelli cinco meses después de su ordenación. Ambos relatos describían los esfuerzos de Jarzembowski por dar la alarma y nombraban a Coletti y Comastri como implicados en un posible encubrimiento. La emisión de Pecoraro, en el programa “Le Iene”, incluyó una entrevista de identidad oculta con la presunta víctima.
El Vaticano dijo públicamente que se iniciaba una nueva investigación “a la luz de los nuevos elementos que han surgido.”
Poco después, Martinelli dijo a los feligreses que se iba a un retiro espiritual. La Diócesis le prohibió el contacto con menores, según documentos eclesiásticos.
“Apenas estuvo el tiempo suficiente para conocerlo”, dijo Gian Pietro Rigamonti, de 71 años, otro sacerdote de la Ópera.
Los documentos revisados por The Post aportan más detalles para entender las acciones de las figuras de la iglesia detrás de la escena – antes y después de las exposiciones italianas.
Lo que siguió a la emisión de 2017 fue un ajuste de cuentas parcial, y sobre todo secreto, en Como y en el Vaticano. En los días posteriores a la emisión, varios sacerdotes anteriormente asignados al seminario juvenil se acercaron al nuevo obispo de Como, Oscar Cantoni. Según un relato escrito de Cantoni, los sacerdotes le dijeron que habían creído las acusaciones contra Martinelli, pero que Radice les había dicho que guardaran silencio. El nuevo obispo de Como pidió permiso a Becciu, entonces lugarteniente de Francisco, para volver a investigar el caso.
El resultado de esa investigación fue un documento de 21 páginas enviado a la Santa Sede pero que no se hizo público. El documento -entre los obtenidos por The Post– criticaba duramente los errores de la Iglesia en el caso Martinelli, a la vez que planteaba aspectos poco científicos sobre el consentimiento y el desarrollo sexual de los adolescentes. La revisión criticó a Coletti, diciendo que su investigación había sido sesgada por la parcialidad y era “superficial en el mejor de los casos”. La revisión dijo que el núcleo de las afirmaciones de la presunta víctima era “fiable” y “coherente”. Pero también concluyó que el comportamiento de Martinelli, aunque inapropiado, era comprensible para los adolescentes, para los que a menudo “no hay una coincidencia perfecta de voluntades”.
“Los comportamientos eran sólo la expresión de una tendencia homosexual transitoria, de una adolescencia aún no completada”, escribió Cantoni al final de la revisión.
Simon Hackett, profesor de abuso y negligencia infantil en la Universidad de Durham, en Gran Bretaña, que estudia el tema de los delitos sexuales en la infancia, respondió a los aspectos resumidos del caso a petición de The Post y dijo que las autoridades eclesiásticas parecían estar buscando formas de explicar el problema, mientras se desviaban por el tema de la homosexualidad en lugar de centrarse en los posibles abusos.
“La asociación de la homosexualidad, una forma legítima de comportamiento sexual, con el abuso sexual es profundamente problemática”, dijo Hackett.
El juicio, que ha estado abierto a un pequeño grupo de periodistas, está analizando si el comportamiento de Martinelli fue no sólo inapropiado sino también criminal. En las citas intermitentes del tribunal en medio de la pandemia, más de una docena de figuras han ofrecido su testimonio, incluida la presunta víctima y su antiguo compañero de habitación, Jarzembowski.
Martinelli, que ha estado viviendo fuera de la vista del público en una residencia de ancianos gestionada por Opera, rodeado de personas décadas mayores, subió al estrado en un momento dado y calificó las acusaciones de infundadas. Radice también negó haber actuado mal.
Algunos ex alumnos dicen que no fueron testigos de ningún abuso. Otros describen una institución fuera de control, donde la supervisión era laxa y los alumnos bromeaban constantemente sobre la homosexualidad y se ponían apodos femeninos.
“El ambiente era básicamente insalubre”, dijo Flamini Ottaviani, que permaneció en el seminario juvenil sólo un año.
No hay constancia de que el Papa Benedicto XVI, pontífice cuando supuestamente se produjeron los abusos, estuviera al tanto de las acusaciones. En el caso de Francisco, hay informaciones contradictorias sobre su grado de implicación.
Aunque un elenco de prelados por debajo de él parecía ocuparse de la mayoría de los aspectos del caso, Martinelli dijo en 2017 que el papa había ordenado personalmente la evaluación psiquiátrica. “Fue el propio papa”, dijo Martinelli en una conversación que grabó y que luego fue sacada de su teléfono por los investigadores romanos. En otra grabación, un hombre al que se refiere como “el reverendo Angelo” -identificado por la policía como probable líder de la Ópera, Angelo Magistrelli- le dijo a Martinelli que el papa había alentado su ascenso al Seminario Pontificio Francés y que había creído que las acusaciones eran “calumnias.” Magistrelli declinó numerosas solicitudes de entrevista.
El Vaticano no respondió a una pregunta sobre el papel del pontífice, o sobre si su pensamiento sobre el caso había cambiado. En julio de 2019, Francisco escribió una disposición especial que permitía que el juicio siguiera adelante, eludiendo las limitaciones de la ley de prescripción. En mayo, el pontífice también anunció que trasladaría el seminario juvenil fuera de la ciudad-estado del Vaticano, una decisión que, según el Vaticano, no está relacionada con el juicio.
De los testigos en el estrado, los nombres de monseñor Coletti y del cardenal Comastri han surgido repetidamente. Pero ninguno de los dos es el centro del juicio, y no se espera que ninguno testifique. El Vaticano no respondió a las preguntas sobre el papel de Coletti o Comastri.
Francesco Zanardi, que ha estado siguiendo el juicio como jefe de un grupo de víctimas de abusos de la Iglesia italiana, dijo que era “escandaloso” que los dos prelados no fueran examinados más de cerca por la Iglesia. Zanardi calificó a Radice, el ex rector del seminario que se enfrenta a cargos de complicidad, como “un simple chivo expiatorio”.
La Iglesia, tras tres décadas de crisis por abusos sexuales, ha estado a menudo más dispuesta a castigar a los sacerdotes de bajo nivel que a los de alto nivel que no reaccionan escrupulosamente a la información que reciben sobre posibles abusos. En la jerarquía eclesiástica, los obispos y cardenales sólo son responsables ante el Papa, y el Vaticano ha luchado por elaborar un sistema eficaz en el que los prelados puedan controlarse unos a otros. En ocasiones, la Iglesia se ha abstenido de disciplinar a los prelados que ya están en edad de jubilarse o se acercan a ella. Y las sanciones, cuando se aplican, tienden a ser administradas en privado, sin explicaciones del Vaticano.
Jarzembowski dijo que considera tanto a Coletti como a Comastri “moralmente responsables”.
“Tenías un grupo de 15 chicos a los que debías proteger y fallaste”, escribió a Comastri en 2019.
Coletti, de 79 años, está ausente del juicio porque su médico dijo que no está bien. Los documentos presentados a los jueces del Vaticano dicen que Coletti, aunque todavía puede vivir su día a día, está experimentando una forma de “deterioro cognitivo”, así como diabetes.
Está pasando su jubilación al norte de Como, en el anexo de una iglesia del siglo XII, con un jardín y dos burros. Los vecinos de su barrio dicen que Coletti sigue activo en la comunidad, paseando por las tardes, confesando y dirigiendo la misa con la ayuda de un asistente. Una mujer que contestó a la puerta de la casa de Coletti dijo que el obispo no estaba allí y que estaría fuera durante “días”. Se negó a tomar ningún mensaje para él.
La diócesis de Como, contactada por separado, no puso a Coletti a disposición para que hiciera comentarios. La diócesis tampoco respondió a las preguntas que buscaban más detalles sobre el estado mental de Coletti.
Comastri, de 77 años, dejó en febrero su cargo de vicario general del Vaticano, un paso que algunos conocedores especularon que podría ser una respuesta al juicio. Pero Comastri dijo a The Post que se trataba de una jubilación normal, no de un castigo. Sigue celebrando servicios de rosario dentro de la Basílica de San Pedro, posando para las fotos y bendiciendo a los bebés después de las ceremonias del mediodía.
“Un sacerdote nunca se jubila”, dijo Comastri en una breve conversación en la sacristía.
Antes de terminar la entrevista, Comastri reafirmó que el caso Martinelli se había manejado adecuadamente. Dijo que la responsabilidad principal recaía en Coletti, de todos modos, y que las acusaciones -que, según señaló, provenían de “celos”- no eran creíbles.
“A mi juicio, no hay acusaciones graves en este caso”, dijo.