Ocho hermanos son iguales a uno

Publicado el: 26 marzo, 2016

Por Sergio Silva Velázquez

Dios no es bueno. No lo suscribe esta columna Pone bajo la lupa, en todo caso, lo que ha sido escrito ya por el periodista, ensayista y “polemista” inglés Christopher Hitchens (1949-2011) dos años antes de morir, en un ensayo que lleva ese nombre, publicado como un alegato contra la religión, donde el autor hace un recuento de las masacres que se han consumado en las guerras benditas y santas en nombre de Dios.

Mahoma, Buda o Jesucristo aparecen como catalizadores de la monstruosidad desbordada, exhibida en un crudo inventario que hace el autor angloamericano. Como quizás empiece usted a sospechar, el título del libro no es metáfora: Hitchens le carga todo a la cuenta de la Deidad Mayor, como lo han hecho otros a lo largo de la historia.

“Ocho hermanos con cinturones explosivos y rifles de asalto” llevaron a cabo “un bendito ataque contra la Francia Cruzada”, reza el comunicado del grupo terrorista ISIS atribuyéndose los ataques en París que aún mantienen a todos en shock. Fue la última jactancia en nombre de la religión y es inevitable preguntarse si la tesis de Hitchens tiende a corroborarse con el tiempo. ¿Es el Inefable Creador quien motoriza la maquinaria de la violencia? ¿O – como dice Francisco- son los hombres los que blasfeman utilizando en vano Su nombre? ¿Qué creen?

Un solo repaso de lo que ya se conoce: los explosivos fueron adquiridos en el país donde viven. Son musulmanes europeos los que han decidido colaborarles. Y trabajan para ellos profesionalmente. Utilizan de maravillas las redes sociales para propagar su doctrina arcaica. Reclutan a un experto en informática y edición para divulgar sus videos propagandísticos en la web.

Difunden la ejecución de un rehén o el ataque a un grupo de resistencia en cuidadas escenas que parecen avances hollywoodenses. Asustan.

Hacen uso indiscriminado de la violencia contra civiles y contra los mismos musulmanes. Se infiltran entre las víctimas. Dejan en ridículo la inteligencia del primer mundo.  Y son efectivos. Siete ataques simultáneos lo vuelven a probar.

Lo aterrador del fanatismo religioso se advierte en los métodos elegidos por quienes se “inmolan para alcanzar el paraíso”. Pero también en lo multicultural de quienes integran estos escuadrones negros, donde conviven tanto europeos como estadounidenses. Y entonces se advierte que, como suele pasar, no es el fenómeno plural sino el singular lo que puede explicar el porqué. Y por qué es mejor conocer las historias únicas más que hacer disecciones ecuménicas sobre tal o cual credo. Porqué hay que echar el ojo en Juan, Pedro, Pablo o como se llamen aquellos ocho hermanos que se han vestido de victimarios. Porqué hay que poner la lupa en cada inmigrante en Europa que no ha podido integrarse a la sociedad que ha echado a andar sin él. Porqué elige formar parte del Estado Islámico que lo cobija y lo adoctrina in extremis. Porque no hay nada más aterrador que lo individual.

“La suerte de un hombre resume, en ciertos momentos esenciales, la suerte de todos los hombres”, escribió Borges.

Y entendemos entonces, que hay un solo ser el que, tal vez, quiere decirnos algo.

Que es más bien la historia de su frustración en su carne y en sus huesos lo que convierte su identidad ante el prejuicio de otros que le niegan a ser quien es.

Que una nueva identidad se forja en estas escuelas religiosas que proliferan con financiación de países como, por ejemplo, Arabia Saudita.  Y que así vigoriza su fundamentalismo y desecha el sentido común para asumir que aquel que piensa distinto es un enemigo al que hay que aplastar. Un Cruzado. Alguien que no merece respirar el aire viciado porque se ha atrevido a insultar al profeta en una revista satírica, blasfemado el Islam con sus libros y dado la orden de atacar la tierra del califato con sus aviones.

En su propia lógica y aislado concepto, hasta parece irremediable el dramático acto final que tiene lugar, casi por decantación, en Le Bataclan. Es una nación Cruzada la que debe pagar toda la furia de su ataque bendito.